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Cincuenta años de la matanza de Tlatelolco: la memoria, la traición y el trauma

  • En 1968 una revuelta estudiantil desenmascaró el autoritarismo del PRI
  • Varios de los asistentes a aquel mitín en la Plaza de Tlatelolco recuerdan lo ocurrido

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La matanza de Tlatelolco cumple 50 años

El mayo del 68 francés y la primavera de Praga tuvieron también su versión mexicana. La "dictadura perfecta" del PRI enfrentó entre los meses de julio y octubre de aquel año una revuelta estudiantil que desenmascaró su autoritarismo.

El país que había logrado vender al mundo el "milagro mexicano" para convertirse en sede de los primeros juegos olímpicos en América Latina mostró, diez días antes de su inauguración, su cara más brutal y represiva al masacrar a los estudiantes congregados en un mitin en la Plaza de Tlatelolco, en el corazón de la Ciudad de México.

La memoria

Aquella tarde de otoño de 1968, unas 8.000 personas asistían a un mitin en la Plaza de Tlatelolco. Los discursos de los líderes estudiantiles se sucedían en la tribuna de oradores, mientras el ejército tomaba posiciones en las calles aledañas.

Antonio Fonseca estaba allí. Tenía entonces 18 años. Era y es vecino de la zona. Simpatizaba con el movimiento estudiantil, había participado en algunas marchas y en el reparto de propaganda.

"Llegue con el mítin empezado, porque mi padre, para evitar que fuera, me había puesto trabajo extra, que retrasó mi salida de la oficina" cuenta Antonio, mientras va reconstruyendo los recuerdos de aquella tarde: "En la plaza me junté con antiguos colegas de la Prepa (bachiller), hicimos unas porras (gritos de ánimo) por los estudiantes del Politécnico y de la UNAM, y enseguida vimos caer las bengalas".

Era la señal que esperaban los militares para entrar en la plaza, disolver el acto y detener a los líderes estudiantiles. Pero el plan no salió como estaba previsto. "Al caer la última bengala, comenzaron los disparos. Sonaba un tableteo como de ametralladora. Fue un desorden, corriendo para un lado y para el otro, tirados al suelo, nos pisábamos, nos chocábamos. No sabíamos lo que estaba pasando" rememora Antonio.

Fue un desorden, nos pisábamos, nos chocábamos

"Fue un caos buscado para justificar la represión de los estudiantes. Los primeros disparos provenían del edificio Chihuaua, donde estaban los estudiantes, para hacer pensar que eran ellos los que abrían fuego, cuando en realidad eran francotiradores del Estado Mayor Presidencial (un cuerpo de élite técnico-militar que se encarga de la seguridad del presidente)", asegura el escritor y periodista, Jacinto Rodriguez Mungía, autor de "La conspiración del 68. Los intelectuales y el poder: Así se fraguó la matanza (Debate, 2018), en el que tira del hilo de archivos secretos para concluir que el 2 de octubre "culminó una conspiración tejida día a día".

La traición

El tiroteo no sólo pilló por sorpresa a los estudiantes, sino también a los militares a pie de plaza y a sus mandos (algunos resultaron muertos y heridos). La "Operación Galeana", el operativo militar de aquel día, contemplaba la intervención de tres agrupamientos militares y de los paramilitares del "Batallón Olimpia" que, camuflados de civiles e identificados con un guante blanco, bloqueaban los accesos al edificio Chihuaua para detener a los estudiantes.

Ni siquiera el ministro de defensa, Marcelino García Barragán, sabía de la existencia de los francotiradores y, aunque no tardaría en descubrirlo, nunca reveló en vida la traición del presidente, Gustavo Díaz Ordaz y de su ministro del interior, Luis Echeverria, que urdieron por su cuenta y con el apoyo de la CIA, según investigadores como Sergio Aguayo, el plan secreto para aplastar la revuelta estudiantil.

"Fue una locura, los militares no sabían quién disparaba. En las películas de la época se puede ver cómo apuntaban hacia arriba tratando de repeler los tiros. En medio de la confusión, seguro que los miembros del "Batallón Olimpia" también dispararon, pero si el ejército hubiera disparado a matar, si el ejército entero hubiera disparado..." reflexiona Jacinto, dejando la frase a medias pero sugiriendo que la matanza podría haber sido mucho peor. No hay cifra oficial de muertos, pero algunas fuentes aseguran que fueron más de 300.

El trauma

Al día siguiente, la prensa no hablaba de matanza, ni de masacre, sino de "batalla campal", "recio combate"o "balacera" y tachaba a los estudiantes de "alborotadores" e, incluso, de "terroristas".

La operación de propaganda había sido un éxito. La sangrienta represión de una revuelta estudiantil que nunca trascendió los límites de la Ciudad de México, ni logró aglutinar a amplios sectores de la población, se logró vender como la salvación de un país amenazado por una conjura comunista.

La idea había calado en la sociedad, bombardeada durante los meses previos con los argumentos conspirativos que acabarían justificando la masacre, gracias a personajes como el filósofo Emilio Uranga, a quién Jacinto Rodriguez Munguía destapa en su último libro como el Goebbles mexicano.

Su labor propagándística, aunada al trabajo sucio, descontrolado y provocador del estado mayor presidencial sirvió para criminalizar a los estudiantes y vender un relato asumible por la mayoría de mexicanos, que pasaron página sin superar el trauma de lo ocurrido.

"No lo hemos superado, ni lo hemos enfrentado, y eso ha hecho que asumamos con la misma indiferencia que la historia siga repitiéndose. Que al 2 de octubre de 1968, le siguera "la guerra sucia" de los años 70 contra la izquierda radical y después la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Este 50 aniversario,-concluye Jacinto-debería servir también para reflexionar sobre la "corresponsabilidad" de todos los mexicanos en lo que pasó y sigue pasando en el país".