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Los bosques del Pirineo aún conservan rastros de la erupción de Timanfaya de 1730

  • También, de la del volcán Tambora (Indonesia), en 1815
  • Desprendieron nubes de hierro que modificaron los anillos de los árboles
  • El estudio de estos anillos ayudaría a comprender los fenómenos volcánicos

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La erupción de Timanfaya duró seis años, de 1730 a 1736.
La erupción de Timanfaya duró seis años, de 1730 a 1736.

Los bosques centenarios de alta montaña del Pirineo aún conservan rastros químicos de erupciones volcánicas lejanas, como la de Timanfaya (Lanzarote) en 1730 o la del Tambora (Indonesia) en 1815, según un estudio. En este estudio, que revela el registro químico del cambio climático y de episodios globales en los bosques de la Península Ibérica, ha participado la profesora de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona (UB) Emilia Gutiérrez.

El trabajo, publicado por la revista Science of the Total Environment, revela que el rastro químico de los gases que liberaron a la atmósfera estas erupciones volcánicas se puede identificar hoy en día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos.

En concreto, erupciones como las de Timanfaya, en Lanzarote -una de las más poderosas en todo el país por su duración hasta el 1736 y por el volumen de materiales expulsados-, y el Tambora -uno de los episodios volcánicos más grandes que ha habido, que condujo al 'año sin verano' de 1816- desprendieron cantidades enormes de hierro que modificaron la composición química de los anillos anuales de crecimiento de los árboles pirenaicos.

Según el artículo, el estudio del registro de los anillos de crecimiento de los árboles (dendrocronología) podría ayudar a conocer la frecuencia y la intensidad de los fenómenos volcánicos en la era moderna.

Ordesa, Monte Perdido, Aigüestortes y lago de Sant Maurici

El estudio, dirigido por la experta Andrea Hevia, investigadora del Centro Tecnológico Forestal y de la Madera (CETEMAS) de Asturias, ha analizado los cambios temporales de la composición química en los anillos anuales de crecimiento de los árboles centenarios de los Pirineos, en especial los de los bosques subalpinos de pino negro (Pinus uncinata) de los parques nacionales de Ordesa y Monte Perdido y de Aigüestortes y lago de Sant Maurici.

En la investigación también han participado Julio Camarero (Instituto Pirenaico de Ecología, IPE-CSIC, Zaragoza), Raúl Sánchez Salguero (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla) y Allan Buras (Universidad Técnica de Munich, Alemania), entre otros expertos.

Según ha explicado Gutiérrez, por primera vez, esta investigación ha permitido analizar los efectos del cambio climático sobre los ciclos de nutrientes en los bosques, y ha confirmado que los bosques pirenaicos pueden registrar la huella química de episodios a escala global, como las erupciones volcánicas en lugares remotos, y los efectos de las emisiones de gases a la atmósfera desde la Revolución Industrial.

"La información registrada por estos árboles que crecen a altitudes superiores a los 2.000 metros es representativa de los cambios globales, ya que su crecimiento no está influenciado por los efectos de las actividades humanas locales", ha señalado Gutiérrez. Los expertos han aplicado una nueva metodología que analiza los cambios atmosféricos en los últimos 700 años -con resolución anual e incluso estacional- a partir del análisis de los anillos de crecimiento de los árboles.

La huella de la Revolución Industrial

Entre otros resultados, el estudio revela un incremento del contenido en elementos como el fósforo, el azufre y el cloro a partir del 1850, cuando se inicia la Revolución Industrial en Europa. También han analizado datos de elementos químicos esenciales en el desarrollo de la madera, como el calcio.

"La fijación de estos elementos en los anillos de crecimiento de la madera se ha visto además favorecida por el aumento de las temperaturas a escala global", ha remarcado Andrea Hevia.