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El club de los 'anti-Shakespeare'

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El club de los 'anti-Shakespeare'
El club de los 'anti-Shakespeare'

HAMLET

Ahora está en poder del señor gusano, estropeada y hecha pedazos con el azadón de un sepulturero (... ) Pero, ¿costó acaso tan poco la formación de estos huesos a la naturaleza, que hayan de servir para que esa gente se divierta en sus garitos con ellos?

(Hamlet, V acto, escena I)

Lo dejó escrito en su obra: cuando mueres, no puedes defenderte de las injurias que vendrán. Porque si eres relevante, ten por seguro que vendrán. Incluso para William Shakespeare, cuatro siglos de consenso no son posibles y en 2016 también se cumplen 400 años de haters del bardo de Stratford-upon-Avon.

Para ser precisos, son algunos años más pues ya en vida tuvo rivales. Pero, por centrarnos, queremos recordar el club imaginario de otros escritores, muchos legendarios, que en libelos, artículos o cartas mostraron su desprecio hacia Shakespeare. Ya en el siglo XVIII Alexander Pope sostenía que corrigió sus versos para “regularizar” su métrica. Charles Darwin lo encontraba soporífero y Bukowski directamente ilegible.

Queremos tanto a William que solo podemos reírnos con las impertinencias de sus opositores. En cada siglo y movimiento literario surgió uno importante: todos fueron incapaces de acomodar el genio del dramaturgo en sus propios cánones. El gusto, al fin y al cabo, es un refugio privado.

Voltaire: “Hamlet parece fruto de la inspiración de un salvaje borracho”

El joven Voltaire tradujo al francés obras de Shakespeare como firme defensor de su obra; el adulto Voltaire azotó al bardo en su correspondencia. El francés tenía la idea fija de que el teatro debía reflejar la nobleza de cada nación. Reclamaba ser didáctico e idealista, lo que se oponía a la manía de Shakespeare de barajar reyes, mendigos, dolor, humor y relativismo moral.

“En mitad de lo sublime, a veces desciende a lo grosero y en las escenas más impresionante a la bufonería: su tragedia es caos, iluminado por cientos de rayos de luz”, escribió en una carta en 1768.

Consideraba Hamlet una “obra bárbara y vulgar que no soportaría ni el público más bajo de Francia e Italia” y que parecía “fruto de la inspiración de un salvaje borracho”.

La vehemencia de Voltaire fue tomada por anglofobia por los defensores ingleses, aunque realmente eran tensiones con la estética de la literatura augusta de la época. Como muestra, un botón patrio: durante el final del Neoclasicismo, Leandro Fernández de Moratín ‘tradujo’ Hamlet reparando “episodios mal preparados e inútiles”, dibujando nuevos escenarios y eliminando directamente a Polonio.

Lord Byron: “Shakespeare está colocado absurdamente alto y tendrá que bajar”

Es conocido que los románticos abrazaron y elevaron a Shakespeare. Todos los románticos, menos el más importante de los ingleses. Lord Byron no comulgaba con la admiración de sus colegas y legó en su correspondencia toda una profecía: “El nombre de Shakespeare, pueden estar seguros, está colocado absurdamente alto y tendrá que bajar”.

La enmienda hacia Shakespeare era total: “No tenía imaginación para sus historias, ninguna en absoluto. Tomó todas sus tramas de novelas antiguas y montó sus historias en forma teatral, con tan poco esfuerzo como el que Ud. y yo necesitaríamos para volver a escribirlas en forma de historias en prosa”.

León Tolstói: “¡Qué obra tan burda, inmoral, vulgar y absurda es Hamlet!”

Nada mejor que otro de los grandes de la literatura universal como némesis. León Tolstói repartió estopa para el bardo en privado y en público como un asunto casi personal. Shakespeare, obviamente, nada tenía que ver con el movimiento realista de finales del XIX. “Los personajes no hablan por sí mismos, sino siempre en el mismo lenguaje pretencioso y artificial de Shakespeare”, lamentaba el autor de Guerra y paz.

Las dudas de Hamlet las interpretaba como inconsistencia del personaje. “El autor estaba hasta tal punto ocupado con los efectos, que ni siquiera se tomó la molestia de dar un carácter al personaje principal, y el mundo entero decretó que es un retrato genial de un hombre sin carácter”, escribió en una carta.

La ausencia de la religión en Shakespeare chocaba con las crisis espirituales e inmersión católica de Tolstói. “¡Qué obra tan burda, inmoral, vulgar y absurda es Hamlet! Todo se basa en una venganza pagana”, se quejaba en su correspondencia.

No se quedó en una carta malhumorada. En 1925 firmó Shakespeare y el drama, un artículo en el que razonaba los motivos por los que la obra de Shakespeare carecía de valor.

En primer lugar, el contenido de las obras “es la más baja y vulgar concepción de la vida” y “repudia los esfuerzos de cualquier humanitarismo por alterar el orden social existente”. Y respecto a la técnica consideraba que había una “ausencia de naturalidad en las situaciones”.

Por último, “la sinceridad está completamente ausente”. Tolstói solo aprecia artificialidad, rematando que Shakespeare “no compone en serio sino que está jugando con las palabras”.

George Bernard Shaw: “Me aliviaría desenterrarle y lanzarle pedradas”

En la transición del realismo al modernismo, la hostilidad hacia Shakespeare la personalizó George Bernard Shaw, ganador del Nobel de Literatura en 1925, que acuñó el término ‘bardolatry’ para ridiculizar a los admiradores del bardo. Fue el hater con mayúsculas.

En 1896, como crítico periodístico acudió a una representación de Cimbelino. “Basura dramática del orden melodramático más bajo, por momentos escrita abominablemente”, contaba en la reseña. Desde el punto de vista moderno, la obra era “vulgar, estúpida, indecente, ofensiva y exasperantemente más allá de toda tolerancia”.

El dramaturgo irlandés no era modesto con su desdén. Shakespeare era el escritor que más despreciaba “con la excepción de Homero” y la intensidad del su fobia era tal que “sería un alivio desenterrarle y lanzarle pedradas”.

Ludwig Wittgestein: “No es fiel a la realidad de la vida”

Ludwig Wittgenstein, el filósofo que sentenció que “de lo que no se puede hablar, más vale callar la boca”, sí tenía un juicio para Shakespeare. Consideraba que la adulación hacia el inglés provenía “de razones equivocadas por parte de miles de catedráticos de literatura”.

Bajo la crítica analítica del filósofo, las obras de Shakespeare mostraban un mundo irreal, onírico. Una opinión que, bien leída, casi suena a elogio. “No es como si Shakespeare retratase bien a los tipos humanos y fuese en ese sentido fiel a la realidad de la vida. Él no es fiel a la realidad de la vida”.

En las obras de Shakespeare, la verdad es algo que golpea y se esconde: una pesadilla para un hombre consagrado a la epistemología y a acotar los límites del lenguaje. “La razón por la cual no puedo entender a Shakespeare es porque quiero encontrar simetría en toda esta asimetría”.También lo expresó de un modo más sencillo y ajustado: “Entiendo que alguien lo admire y pueda llamarlo arte supremo, pero a mí no me gusta”.

Por suerte para Shakespeare, no le hacen falta ni defensores. George Orwell, en un artículo para contrarrestar a Tolstói (titulado Lear, Tolstoy and the Fool), afirmó que “no hay mayor prueba del mérito literario que la supervivencia que, por sí misma, es un indicador de la opinión mayoritaria”. El honor de los huesos de Shakespeare está a salvo.

Citas extraídas de: 

BERTOLO, CONSTANTINO, El ojo crítico. (Ediciones B, Barcelona, 1990)

LOUNSBURY, T.R., Shakespeare and Voltaire (Benjamin Blo, Nuew York, 1968)

ORWELL, GEORGE, Collected Essays (Secker and Warburg, 1961)

STEINER, GEORGE, Pasión intacta Ensayos (1978-1995) (Siruela, 1997)

TOLSTÓI, LEV, Correspondencia (Editorial Acantilado, Barcelona 2008)

WILSON, EDWIN, Shaw on Shakespeare (Arno, Nueva York, 1980)