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Las marismas del fotógrafo Atín Aya, el meditado sueño de luz que inspiró 'La isla mínima'

  • Las fotos del libro Las marismas del Guadalquivir inspiraron La isla mínima
  • María Aya, hija del fotógrafo, gestiona su obra y prepara una reedición del libro
  • El archivo del autor conserva un importante fondo inédito de diapositiva en color
  • María Aya: "Mi padre estaba muy volcado en la perfección formal"

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Atín Aya, "Lucio de la Esparragosilla grande"
Atín Aya, "Lucio de la Esparragosilla grande"

"Ser fiel y honesto con lo que hay, era una preocupación importante de mi padre a la hora de mostrar una realidad diferente, en el caso de la marisma, coexistente con el industrialismo y la modernidad sevillana, que se encuentran a pocos kilómetros. Las imágenes parecen reflejar otra época, otro modo de vida, otro mundo". Así resume a RTVE.es María Aya, hija del fotógrafo Atín Aya (Sevilla, 1955-2007), el espíritu de Las marismas del Guadalquivir, el libro de fotografías que inspiraron al director de Alberto Rodríguez La isla mínima, cinta triunfadora en los Goya 2015 con 10 galardones y 17 nominaciones.

Un lugar escondido pero a campo abierto, pequeño pero a la vez inmenso, donde la luz se paraliza en un sueño o en una pesadilla, y el sonido recorre las distancias como un pájaro sin dueño. Bajo el mar durante miles de años, en las marismas los árabes criaron caballos militares, los Reyes Católicos las alquilaron para pagar la conquista de Granada, y fueron libres hasta su privatización en el siglo XIX. Una compañía inglesa desecó una parte en 1927 para explotarlas creando varios asentamientos y su aislamiento las convirtió en uno de tantos destinos de exilio donde el régimen franquista anulaba a los "indeseables".

Las marismas del Guadalquivir son un lugar que imprime carácter a sus habitantes y un ecosistema convertido por la geografía en un escenario natural. Un tesoro de momentos escondidos que Atín Aya persiguió pacientemente. "La historia es muy larga. No sé qué fue lo que le llevó a interesarse al principio por esa zona. Mi padre desarrollaba trabajos personales a raiz de encargos, cuando algo le interesaba, después volvía. Estuvo muchísimo tiempo, entre tres y cuatro años de viajes ininterumpidos", explica María. "Primero con una moto y luego compró un jeep para ir llegando poco a poco a los lugares inaccesibles".

Un libro, en el principio de todo

Años que se plasmaron en el libro Las marismas del Guadalquivir, agotado hace tiempo, y en una exposición que fue la chispa de la que nació la película de Alberto Rodríguez, quien así lo recuerda: "Creo que la vimos en 2003 0 2004. Atín Aya se había comprado los mapas militares de la zona y había recorrido todas las marismas con un coche haciendo fotos a la gente que quedaba allí de antiguos poblados y antiguos oficios. Era fascinante. Fui con Alex Catalán y salimos los dos entusiasmados con lo que habíamos visto". Mapas que María Aya vería poblarse con el rastro de los itinerarios de su padre: "En su lugar de trabajo tenía un plano gigante de la zona lleno de notitas con el registro de su paso”.

María trabaja para que el libro, agotado hace tiempo, vuelva a ver la luz en una "reedición que esperamos publicar este año", afirma. La hija de Atín Aya comparte con su padre la vocación por la fotografía, también inspirada, curiosamente, por estas imágenes: "El primer impacto visual que yo tuve con la fotografía fue en la exposición de mi padre en el año 2000 en la diputación de Sevilla. Me quedé anonadada, muy impactada. Tomé conciencia de la calidad de su trabajo". Y pensó: "¡Qué barbaridad, esto lo hace mi padre!”.

En 1981 Atín consolida su formación y trabaja como fotoperiodista para ABC y Diario 16. Progresivamente perfiló una narrativa personal dando oportunidad al tiempo natural. Su hija hace memoria de ese desarrollo: “El solía trabajar con Leica en 35 mm., su cámara del día a día, pero en sus trabajos más personales fue probando otros formatos mayores y en la marisma fue donde más los utilizó. Se ve en esos retratos tan pausados. Precede una relación con el sujeto fotografiado, busca el espacio, el momento, el tiempo, el pararse ahí y todo eso se ve claramente en el resultado. Es una cercanía pero con una distancia especial. El mantenía la neutralidad".

Perfección formal, arte inevitable

Fotoperiodismo formalmente perfecto y la austeridad del blanco y negro, delimitaron su trabajo. “Yo nunca le oí definirse como artista. Creo que se identificaba más con el fotoperiodismo, un fotoperiodismo de calidad. Estaba muy volcado en la perfección formal, más que en conseguir una obra de arte. Dedicó mucho tiempo a su trabajo como reportero gráfico y su identidad esta relacionada con eso. A partir de ahí desarrolló una línea de autor y su obra habla por si sola.”

Atín Aya fue testigo de una época en la que el documental hablaba con voz propia. "Para él, las dos referencias más claras son la fotografía norteamericana de entreguerras y el neorrealismo italiano. Creo que por ahí anda su línea de estilo, por esa fotografía que pretende documentar una realidad social pero desde un punto de vista personal", aclara María.

Y el fotógrafo no se detuvo ahí. Además, desvela su hija, “tiene un trabajo importante en color en diapositiva. Es uno de los fondos del archivo que más nos gustaría dar a conocer. Me interesa mucho lo que tiene en color, son fotos espectaculares y es otra visión, y en algún momento me gustaría darle visibilidad”. Un deseo lanzado al aire y que podría materializarse en un futuro: “he hablado con Alberto y está muy dispuesto a colaborar en cualquier cosa que hagamos con el archivo de Atín”

Ahora, el rastro de la luz que Aya detuvo sobre la emulsión fotográfica, cobra movimiento en La isla mínima: “Hay guiños muy obvios que remiten claramente a imágenes concretas del trabajo de mi padre, en la gente la población y los paisajes (...) El universo que crea Alex Catalán -director de fotografía de La isla mínima- es espectacular, es diferente y esconde una unidad y una calidad impresionante, y evoca la atmosfera de las imágenes de mi padre”.