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Blas de Lezo: Medio hombre contra un imperio

  • Es uno de los grandes nombres de la historia militar española
  • Su defensa de Cartagena de Indias provocó la mayor derrota de Inglaterra
  • Cojo, manco y tuerto, era apodado "Mediohombre"
  • Madrid inaugura una estatua en su memoria

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Homenaje al histórico militar Blas de Lezo

Si Blas de Lezo fuera estadounidense, o inglés, su historia habría sido contada cientos de veces en novelas, películas y todo tipo de soportes y formatos. Sería un David Crockett o un Nelson. Pero era un español o, mejor dicho, medio español, porque se dejó tantos pedazos de su cuerpo en batalla que le llamaban 'Mediohombre'. Sin embargo, fue un héroe completo, sin grietas ni mermas. Por eso ahora, más de 270 años después de sus gestas, España le rinde homenaje con una estatua en el centro de Madrid.

Lamentablemente, en su época no pudo ser recompensado como merecía. Murió, víctima de la peste, el 7 de septiembre de 1741, en Cartagena de Indias, la ciudad que meses antes había defendido en uno de los sitios más asombrosos, cruentos y extremados de la historia militar.

Allí, en las murallas de la hermosa ciudad colombiana, Blas de Lezo desplegó sus dotes de estratega para impedir que Inglaterra conquistara Cartagena, la llave del Caribe español y, por extensión, de toda la Sudamérica colonial. Lo hizo, contra todo pronóstico, enfrentándose a fuerzas diez veces superiores y a la soberbia de los ingleses, que ya habían acuñado las medallas y monedas conmemorativas de lo que consideraban una victoria segura.

La guerra de la oreja de Jenkins

La gesta de Blas de Lezo es enorme, aunque poco conocida. Y todo empezó por una oreja. En 1738, un guardacostas español, Julio León Fandiño, había capturado a un contrabandista inglés en las costas de Florida. Como castigo, Fandiño le cortó una oreja al británico, un tal Robert Jenkins, dando lugar a la que se ha conocido como “Guerra de la oreja Jenkins”.

A Inglaterra le vino muy bien el incidente para abalanzarse sobre las posesiones españolas en el Caribe. El almirante Vernon condujo una escuadra que, en 1739, saqueó la ciudad de Portobelo, en Panamá. Animados por este triunfo, los británicos pusieron sus ojos en Cartagena de Indias, la joya del Imperio español. Ante sus imponentes fortificaciones se presentó Vernon en marzo de 1741 con una flota que, por sus increíbles dimensiones, fue llamada por muchos “invencible”. Nunca antes se había hecho a la mar una agrupación de buques tan grande: 186 naves que artillaban más de 2.000 cañones.

Entre marinos, soldados y otros efectivos, Vernon llevó ante las costas colombianas unos 30.000 hombres. En frente, los españoles no tenían más de 4.000, incluyendo auxiliares indígenas y milicianos negros armados para la ocasión. Pero lo que no sabía Vernon, o no supo evaluar, fue que al frente de este exiguo contingente estaba el teniente general Blas de Lezo.

Una vida de héroe

Lezo no era un principiante. En aquella Armada española de tanta sangre azul, había ascendido hasta el alcázar por la vía de las armas, no por ser hijo de algún noble. Nacido posiblemente en Pasajes, Guipúzcoa, en 1689, venía de una familia de marinos célebres. No tuvo alternativa: su futuro era el mar.

Con apenas 17 años tomó parte en la Batalla de Vélez-Málaga, el hecho de armas naval más destacado de la Guerra de la Sucesion. Allí perdió una pierna, pero no el ánimo.

En las décadas siguientes fue probando su valor, su pericia y su conocimiento táctico y estratégico: lucha contra los ingleses en el Mediterráneo, donde ya da prueba de su ingenio para burlarse de cercos enemigos. Es herido de nuevo en Tolón en 1706, donde pierde un ojo, y en 1710 alcanza la fama al rendir 10 barcos enemigos fuertemente armados cuando era teniente de guardacostas. Ese mismo año da señales de lo que será su sino: luchar contra enemigos muy superiores. Al mando de una fragata, derrotó y capturó al 'Stanhope', un navío inglés de 70 cañones.

En 1713, ya capitán de navío, se destacó en el asedio a Barcelona por parte de las fuerzas borbónicas en la Guerra de Sucesión. En esa batalla perdería otro pedazo de su cuerpo: el brazo derecho, inutilizado por un balazo.

Entre 1715 y 1730, convertido en uno de los capitanes más célebres de la Armada, patrulló el Caribe y el Atlántico, luchando contra la piratería. Incluso participó en una expedición al entonces llamado Mar del Sur, el Pacífico, para limpiar las agua españolas de corsarios ingleses. La experiencia de estos años es fundamental en el devenir de Lezo: aprende los puntos flacos de los británicos, grandes dominadores de los mares. Al tiempo, estudia en profundidad la capacidad defensiva del declinante Imperio español.

De vuelta al Mediterráneo en 1731, brilla en una operación contra Génova, que se negaba a entregar dos millones de pesos que estaban consignados allí para España. Logró rescatar el dinero sin un solo disparo, tras amenazar a la ciudad italiana.

Con aquel dinero, por cierto, se financió una expedición contra la ciudad argelina de Orán, en la que Lezo tomó parte mandado el navío Santiago. El marino guipuzcoano rindió la plaza africana, que fue después asediada por el famoso pirata Bay Hassan, con lo que Lezo tuvo que volver, levantar el sitio y perseguir al caudillo argelino hasta su escondrijo de Mostaganem, donde lo derrotó definitivamente.

Sus méritos militares ya no se escapaban a nadie: en 1734, fue ascendido con honores a teniente general de la Armada y destinado a Cartagena de Indias en 1737, donde sentó plaza como comandante general. Inmediatamente, Lezo se dedicó a reforzar las defensas y trazar planes para proteger la ciudad. En aquellos años, con dominios a lo largo y ancho del globo, España no podía costear guarniciones muy numerosas. Era habitual que sus ciudades coloniales estuviesen defendidas por un puñado de soldados, generalmente mal armados y peor pagados.

Un lugar en la leyenda

Así se enfrentó Blas de Lezo a las fuerzas de Vernon cuando, en la primavera de 1741, el británico se presentó ante los muros de Cartagena con 30.000 hombres y tantas velas que ocultaban el horizonte.

Lezo no se arredró: evacuó a la mayor parte de la población civil y preparó a sus soldados y auxiliares para un asedio largo. Sólo tenía seis barcos, así que no era cosa de salir a batirse con los ingleses. Hundió sus naves para dificultar el acceso a la bahía de Cartagena y concentró sus tropas en la fortaleza de San Felipe de Barajas, la mejor del complejo defensivo. Vernon malinterpretó el repliegue táctico y envió a Inglaterra un barco para anunciar lo que consideraba una victoria hecha.

Pero Lezo desplegó un talento sorprendente para impedir, uno tras otro, los asaltos ingleses. Economizó cada bala y cada hombre. Hizo de la necesidad virtud y fue bloqueando todos los intentos de unos ingleses que, poco preparados para una acción tan larga, fueron también castigados por el hambre y las enfermedades.

En el asalto final, Lezo dio una vez más muestras de su ingenio: en secreto, hizo cavr un foso alrededor de las murallas. Cuando los ingleses llegaron a ellas, comprobaron con pavor que sus escalas se habían quedado cortas.

Refugiado en los barcos, Vernon cañoneó durante otro mes la ciudad, pero no pudo soportar la falta de provisiones y las enfermedades, especialmente la peste que se declaró entre sus tropas. El 20 de mayo, humillada, la mayor flota de la historia emprendió la retirada. En una carta de despedida, altivo y seco, Blas de Lezo escribió a Vernon: "Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres".

Muy suyos - y muy avergonzados-, los ingleses borraron el episodio de los libros de historia. Pero es imborrable el ejemplo de Lezo y sus hombres. Sabían que no había escapatoria y no pidieron cuartel: lucharon más allá de lo razonable sin esperar que nadie les agradeciera el derroche de coraje y sangre. Era, simplemente, su deber. Por su parte, contagiado por la peste extendida entre los ingleses, Lezo murió poco después de la batalla y no se conoce dónde está enterrado.

No sabía al morir que su entrega sirvió para que el Imperio español se mantuviera en pie casi otro siglo. Tampoco supo, aunque igual lo intuyó, que su nombre entraría para siempre en la leyenda de la Armada española, al lado de otros tan ilustres como Barceló, Velasco, Churruca, Gravina o Bustamante.

Poco dada a ensalzar héroes militares, España nunca ha reivindicado como se merece la figura de este marino que nunca se rindió. De hecho, la estatua que ahora se inaugura en la madrileña Plaza de Colón es fruto de una iniciativa privada y de las aportaciones populares.

Una exposición en el Museo Naval reconoce el valor del almirante Blas de Lezo

Sin embargo, la Armada sí tiene a Lezo como uno de sus mascarones de proa. Por eso le dedicó en 2013 una gran exposición en el Museo Naval, que es una de las joyas museísticas de Madrid. Y, además, siempre le ha recordado con una serie de barcos que han llevado su nombre: el último, la fragata F-103 Blas de Lezo, que ha formado recientemente parte de la Operación Atalanta. A él le habría encantado mandarla en su misión favorita: la lucha contra la piratería.