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'Crónicas diplomáticas', la sátira de Tavernier sobre Dominique de Villepin

  • El cineasta francés estrena una comedia política basada en un aclamado cómic

Obtuvo el premio a mejor guión en el Festival de San Sebastián    

  • "Hollande no tiene ningún interés por la cultura", afirma

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El director Bertrand Tavernier y el actor Thierry Lhermitte, que interpreta una parodia de Dominique de Villepin.
El director Bertrand Tavernier y el actor Thierry Lhermitte, que interpreta una parodia de Dominique de Villepin.

FICHA TÉCNICA

Título original: Quai d'Orsay

Año: 2013

Duración: 113 min.

País: Francia

Director: Bertrand Tavernier

Guión: Christophe Blain, Abel Lanzac

Reparto: Thierry Lhermitte, Raphaël Personnaz, Niels Arestrup, Bruno Raffaelli, Julie Gayet, Anaïs Demoustier

Con 72 años, Bertrand Tavernier es historia viviente del cine. Tras 50 años de carrera, el inclasificable director francés, que ha logrado obras maestras de todos los géneros (Alrededor de la medianoche, Capitán Conan, La muerte en directo y Hoy empieza todo), estrena en España Crónicas diplomáticas,  una sátira política que refleja en clave de humor las vicisitudes del Ministerio de Asuntos Exteriores francés las semanas previas a la guerra de Irak de 2003 y el discurso que  Dominique de Villepin pronunció en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Crónicas diplomáticas explota la veta 'de la novela gráfica al cine', que tan buen resultado dio al cine francés en La vida de AdeleQuai d'Orsay, el brillante cómic de Christophe Blain y Abel Lanzac, era un retrato de Dominique de Villepin de primera mano: el guionista fue un colaborador real de Villepin y el resultado es un ministro vanidoso y seductor. Un adicto al trabajo, a delegarlo todo, a aprovecharse del talento de los demás, y a dar órdenes imprecisas.

Erudito cinematográfico (su 50 años de cine norteamericano es una referencia) y conversador incansable, Tavernier ha dado vida al cómic a ritmo de comedia trepidante. Thierry Lhermitte emula a Dominique de Villepin (con el nombre ficticio de Alexandre Taillard de Vorms). Como publicidad involuntaria, y para enredar más el lío político, Julie Gayet, amante del presidente de la República François Hollande, interpreta uno de los altos cargos del ministerio, papel por el que obtuvo una nominación a los premios César. Tavernier, eso sí, deja un recadito para Hollande: “No tiene ningún interés por la cultura”.

(La entrevista se realizó en septiembre de 2013, en el Festival de San Sebastián. Crónicas diplomáticas obtuvo el premio a mejor guión).

PREGUNTA: La película llama la atención por la búsqueda de un ‘ritmo cómic’, o al menos del cómic de Christophe Blain y Abel Lanzac.

RESPUESTA: Intenté encontrar equivalentes. Algunas ideas, que utilicé con la complicidad de los dos autores, no están incluidas en el cómic. Por ejemplo, la forma en la que el ministro cada vez que entra en una habitación, hace que se vuele todo. Dice una frase en su despacho y a la siguiente está al lado de la secretaria.  No le hemos visto pasar. Quería encontrar ideas que reforzasen la extravagancia de la situación y el personaje. Sobre todo a él. Esto ocurre cuando el ministro está en el centro de la imagen. Cuando está con los consejeros, si te has fijado,  los recursos cómicos son diferentes. Pero quise respetar lo divertido del cómic: hay un 40 % de escenas que no estaban el cómic y, al mismo tiempo, quería mantener la impresión de exactitud que había en el dibujo.

P.: La película es una sátira del liderazgo en la que del caos surge un discurso. Un director de cine es el líder de un rodaje en el que tiene que extraer una película del caos aparente ¿Cuál es la clave del liderazgo?

R.: Exactamente, es la mejor analogía. Yo soy lo opuesto del ministro. Primero, porque el ministro es un hombre que siempre habla de escritura y nunca escribe nada; que siempre habla de trabajo y nunca se le ve trabajar,  siempre son los demás que trabajan.  Lo que sí podemos compartir es la enorme energía, eso sí puedo compartirlo.  La impresión que da de que nunca duerme. De pronto, llama en plena noche a las tres de la mañana, despierta a todo el mundo para decirles «¿Habéis terminado de preparar esto o aquello?». Y era verdad: Dominique de Villepin no dormía y hablaba con sus compañeros a las cuatro de la mañana. Puedo ser un poco así, sí. Lo que hay que conseguir es, en el desorden enorme que es un rodaje, un resultado que parezca sano y lógico de mente. Trabajamos igual, pero no trato de imbécil a mis colaboradores. Porque para él, todos los jefes de Estado son gilipollas, textualmente.

P.: ¿Conocías a Dominique de Villepin? En Toronto dijiste que hacían falta políticos como él.

R.: No lo conocía. Como primer ministro fue catastrófico, pero en Asuntos Exteriores, en el momento de una crisis muy importante,  no aceptó las mentiras de los americanos. Entendió que no se debía hacer la guerra y el futuro le ha dado razón. La Guerra de Irak es una de las intervenciones más catastróficas que se han hecho. Tenía una visión muy potente, muy fuerte. También había conseguido una paz en el continente africano y había parado dos guerras civiles. Me gustaría que alguien volviera con esa visión en asuntos exteriores, que fuera capaz de hacer un discurso tan bello, tan bueno, con un estilo extraordinario estilo. Actualmente los discursos de los hombres políticos franceses los escriben agencias de comunicación, que están entre la gente más tonta del mundo,  que creen inventar fórmulas publicitarias y que tienen un genio ideal para cortar la hierba por debajo de los pies de sus clientes. El discurso que se ve en la película, es un discurso que el inspiró. La noción de  un viejo país, de un viejo continente, es la noción en la que él creía, y es una idea magnífica frente a EE.UU.

Villepin fue catastrófico como primer minsitro, pero en Asuntos Exteriores no aceptó las mentiras de EE.UU

P.: Es muy cómica la  escena con Jane Birkin, que interpreta a una poeta ganadora del Nobel con la que el ministro intenta equipararse. ¿Son incompatibles el mundo de los intelectuales y los políticos?

R.: Creo que son reconciliables. En su locura, el ministro Alexandre se interesa realmente por la cultura. Ha habido muchos ejemplos en Francia: durante Mitterrand, e incluso un par de momentos con Sarkozy,  en los que de pronto hay una posibilidad de que en algunos temas se pueden encontrar y hay un acuerdo entre intelectuales y el presidente. Por ejemplo: la propiedad intelectual en Francia y la defensa de la cultura y del cine contra la piratería. Sarkozy siempre ha estado con los autores. Hay momentos en los que acciones de intelectuales han tenido un peso sobre la políticos. Yo hice un documental  (Histoires de vies brisés) que hizo que Sarkozy cambiara la ley sobre la doble pena después de verlo. Es cada vez más difícil. Porque nuestro presidente, que es un hombre encantador y muy simpático, no tiene ningún interés por la cultura. Ninguno. Y tenemos un diálogo de sordos.

Hollande no tiene ningún interés por la cultura

P.: La película tiene rimo de screwball comedy. ¿En qué referentes pensabas?

R.: Había pensado algunas comedias de Jacques Becker, como Eduardo y Carolina (1951), que es una súper obra maestra, cuyo ritmo es una maravilla. Y una película que me gusta mucho de Howard Hawks,  Luna Nueva, con Cary Grant y Rosalind Russell. Es una comedia con un tema muy serio, la pena de muerte. Y, sin embargo, es una farsa. Y también, de Blly Wilder, Uno, dos, tres. Tenía eso en la cabeza, pero no volví a ver esas películas. Todo depende del trabajo con los actores en el plató: el ritmo era muy importante para mí.

P.: Como gran conocedor de la historia del cine estadounidense, ¿qué cine o cineastas le interesan actualmente?

R.: Hay varios. Ahora mismo me interesan másdirectores franceses  y del cine mundial. Por ejemplo,  Fourth Period Murder Mystery, de Lee Sang-yong, me interesa mucho. Y en los EE.UU., de los que  han salido recientemente, gente como Jeff Nichols, o David Gordon Green: desigual, pero interesante. También Bestias del sur salvaje, de Benh Zeitlin. Creo que hay una corriente que ha dado películas muy interesantes: las películas rurales que transcurren en sitios perdidos, muy a menudo en el sur de EE.UU. También me deja impresionado Steven Soderbergh, creo que ha hecho una carrera magnífica,  alguien que toca temas muy audaces pero sin dar esa impresión. Behind the candelabra,  con Michael Douglas, es cine tremendamente negro, pero hay una especie de naturalidad. Mientras que un director que va a ponerse de moda, como Steve McQueen, me parece que desde su segunda película quiere dar la impresión de que está haciendo una obra maestra.  «He tocado un tema extraordinariamente importante,  soy el primero en hacerlo, y ahora se les ruega saludarme con mucho respecto, inclinarse delante de mí». No digo que carezca de talento, pero está un poco  apuntado en la película. En la película sobre los esclavos hay audacia, es atrevidia. Pero hay la certidumbre de que sabe que es audaz. Es lo que no hace Soderbergh, ni Stephen Frears, ni Ken Loach. Con ellos se tiene la impresión de que las películas salen naturalmente.

P.: ¿Es más partidario no marcar el “yo” en la dirección?

R.: Creo que hay grandes películas que se han hecho sin que el director promocione que ha hecho una gran película. Bergman: son películas sumamente atrevidas, pero no se tiene sensación de arrogancia. Ni con Fellini, ni con Buñuel.  Buñuel era ligereza, una cosa diáfana. Tengo la impresión de que los jóvenes cineastas, desde la primera película, se creen tan importantes como Buñuel. Un amigo escribió que Buñuel era el único cineasta que podía encontrar inmediatamente lo que todo el mundo buscaba desde hacía años. Y es el único ante el que me inclinaría totalmente. Pero eso no significa que los demás no tengan elementos. Me parece que el cine americano, desde que está Obama, tiene mejores películas que cuando estaba Bush, aunque la mejoría empezó en el final de la era Bush, porque empezó a molestarles. Hay cinco o seis películas sobre la Guerra de Irak que son los testimonios más aplastantes contra la política amerciaba: las dos películas de Kathryn Bigelow (La noche más oscura, En tierra hostil); la de Brian de Palma (Redacted), que pasó desapercibida;  la película de Paul Haggis (En el valle de Elah); el documental de Charles Ferguson (No end Inside);  y la serie Generation Kill.  Son mucho más aplastantes que lo que se hacía sobre la Guerra de Vietnam; se ven a los soldados totalmente perdidos, ignorantes, nadie sabe árabe, nadie sabae nada de la situación cultural o religiosa. Están perdidos, nunca saben si es amigo o enemigo. Me parece que estás películas son impresionantes. Y ninguna tuvo mucho éxito en EEUU.

P.: Siguiendo con la guerra y volviendo a la película. La situación de crisis diplomática de Crónicas diplomáticas se parece a la que hay actualmente con Siria. (La cumbre del G20 en septiembre de 2013 estuvo marcada por las diferencias entre EEUU y Rusia).

R.: Absolutamente, aunque no lo pensé al hacer la película. La conferencia con Putin se podía haber hecho hace unos años. La ONU podía haber intervenido hace tiempo, pero cada uno está atrapado por sus eslóganes. Los rusos: no se interviene. Los americanos: hay que intervenir. Y lo que ha sido destructivo es cuando Obama tuvo la idea funesta de que hay que intervenir cuando hay armas químicas. Es decir, si sigues matando con tanques o bombardeos,  da igual. Pero si usas armas químicas, es malo. Que un jefe de Estado puede tener una idea así ha destruido la posibilidad de una entente internacional. Es una idea funesta.