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'Apartheid', cuando "el hombre blanco debe ser siempre el amo"

  • El sistema se instauró legalmente en 1948
  • La presión internacional y el liderazgo de Mandela lo desmontaron

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Reportaje sobre la historia del apartheid en Sudáfrica

“Mi ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades. Y es un ideal, señoría, por el que estoy dispuesto morir”, dijo Mandela aquel día de 1964. Fue durante su alegato final en el llamado el juicio de Rivonia, uno de los procesos más famosos y significativos del apartheidNelson Mandela fue condenado a cadena perpetua. Años más tarde, ese mismo hombre fue el que personificó el fin del que ha sido considerado el sistema más draconiano de la historia de África.

Cuando en 1910 Sudáfrica logró la autonomía dentro de la Commonwealth, la estructura social del país ya estaba condenada.  Si durante el siglo XIX el enemigo común de los ‘afrikaners’ (los blancos de Sudáfrica, de origen holandés y religión calvinista) había sido “el peligro inglés”, con la independencia el objetivo era mantener la supremacía. Y para ello,  la segregación se convirtió en una seña de identidad ‘afrikaner’ y un objetivo.

La nueva Sudáfrica, alentada por la autonomía, vio nacer al Congreso Nacional Africano (CNA) en 1912, cuyo objetivo era defender los derechos de la mayoría negra del país. Pronto se convirtió en la mayor fuerza política negra, con una estrecha alianza con otras organizaciones negras como el Congreso de Sindicatos de Sudáfrica (COSATU) y el Partido Comunista Sudafricano (SACP).

Sin embargo, el poder e influencia de los políticos afrikaners, que representaban poco más del 20% de la población del país, fue mayor. Aprovechando la debilidad británica, la presión de los políticos afrikaners evitó que se reconociera el sufragio a los negros y que pudieran asumir cargos en la administración pública.

En 1942 nacería el Partido Nacional afrikáner, un partido conservador, calvinista y que simpatizaba con la Alemania nazi. Liderado por el pastor calvinista Daniel François Malan, su intención era institucionalizar la segregación. Su lema lo decía todo: "El hombre blanco debe ser siempre el amo". Y eso ocurrió en 1948, cuando el Partido Nacional ganó las elecciones y alcanzó el poder.

La institucionalización del apartheid

“Hoy día Sudáfrica vuelve a ser nuestra, Dios quiera que sea nuestra siempre”, dijo Malan durante su primer discurso tras ganar las elecciones. Por esas fechas, la población blanca representaba el 21% del total del país frente al 68% de negros y 11% de mestizos.  Las primeras leyes no se hicieron esperar. En 1949 el gobierno de Malan prohibía los matrimonios interraciales y castigaba las relaciones sexuales entre blancos y negros como un delito.

Pero fue un año después, en 1950, cuando el gobierno afrikáner aprobó las piedras angulares del sistema: La ‘Population Registration Act’ y la ‘Group Areas Act’. Estas leyes instauraban un registro racial obligatorio y establecía un reparto territorial por razas, creando distritos exclusivos para blancos y obligando a las minorías a emigrar.

En 1953, la segregación ya era una realidad impuesta por ley. En playas, escuelas, autobuses e, incluso, bancos, los negros y los blancos iban por lados distintos. Los restaurantes y hoteles solo podían permitir la entrada a negros si eran empleados.  No podían dirigir empresas, votar o afiliarse a sindicatos. La educación secundaria era inaccesible para ellos y un blanco siempre debía, por ley, ser atendido antes. Era el apartheid, que en lengua afrikáner significa “separación”.

La creación de los “bantustanes”

La década de los 50 supuso la aparición de un nuevo proceso de marginación para la población negra en Sudáfrica. Los defensores del apartheid basaron su discriminación racial en la afirmación de que los negros no eran verdaderos ciudadanos sudafricanos, sino ciudadanos de estados independientes, a los que denominaron “bantustanes”.

En 1960 el gobierno de Pretoria creó diez estados autónomos y obligó a los negros a reubicarse en ellos. Más de tres millones de personas de raza negra fueron forzadas a abandonar sus casas y trasladarse a los bantustanes. Se les negó la ciudadanía y fueron considerados a partir de entonces como “transeúntes” que debían circular como ciudadanos extranjeros siempre provistos de sus pasaportes.

Uno de los casos más famosos fue el de Sophiatown, donde en 1955 más de 50.000 negros fueron evacuados por la policía de la ciudad, para construir meses después una urbanización exclusiva para la población blanca llamada Triomf.

Desde los movimientos negros, liderados por el CNA, se desarrolló un plan de resistencia que incluía marchas de protestas y desobediencia civil, inspirados en las movilizaciones indias de Sudáfrica. Sin embargo, también provocó una radicalización.

El propio Mandela lideró la formación de un brazo armado dentro de la CNA, el Umkhonto we Sizwe (Lanza de la nación), mientras que un sector del partido se escindió para crear el Congreso Panafricano (ACP), mucho más radical, cuyo eslogan era “un colono, una bala”.

La hipocresía del contexto de la Guerra Fría

La realidad segregacionista del apartheidalertó a la comunidad internacional. Cuando a finales de la década de los 50 la población negra quedó relegada a pequeños territorios marginales, las presiones internacionales se acrecentaron contra el gobierno de Pretoria.

En 1960, Sudáfrica quedó excluida de la Commonwealth y en 1972 se le prohibió participar en los Juegos Olímpicos de Munich.  Ese mismo año, el régimen sudafricano fue oficialmente condenado por toda la comunidad occidental y sometido a un embargo de armas.

En el 64, Mandela fue detenido y condenado a cadena perpetua junto con otros 19 líderes del Congreso Nacional Africano en el proceso de Rivonia. Su paso por la cárcel cambió la visión de Mandela sobre la lucha armada, pero también internacionalizó el conflicto e incendió la indignación internacional.

Pero a pesar de estas acciones de aislamiento del régimen, el contexto de la Guerra Fría provocó una situación de hipocresía y condescendencia respecto al régimen sudafricano.  Estados Unidos y Gran Bretaña vieron en Sudáfrica un aliado contra la Unión Soviética y un muro de contención contra el avance del comunismo en África, por lo que toleraron el apartheid a cambio de apoyo contra la URSS.

La década de los 70 intensificó la violencia de las protestas, especialmente tras el incidente de Soweto en 1976.  Tras una larga marcha, 566 niños murieron a consecuencia de los disparos de la policía, radicalizando los ánimos de algunos sectores de la población negra en todo el país. Los disturbios se repitieron por todo el país.

El aislamiento internacional

La década de los 80 y el fin de la Guerra Fría precipitaron la caída del apartheid. El gobierno sudafricano no daba muestras de modificar sus políticas racistas, y tanto los países europeos como Australia y Canadá comenzaron a imponerle sanciones económicas y medidas aislacionistas.

En 1985 el Consejo de Seguridad de la ONU llamó a sus estados miembros a adoptar sanciones económicas contra Sudáfrica. Incluso Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron a presionar al país para que iniciara reformas en su política del apartheid.

La presión de la calle hacía insostenible el sistema. También la presión internacional, política y, sobre todo, la económica. Desde la cárcel, Mandela, el que ya era el líder negro sudafricano más famoso del mundo, trataba de buscar un camino para su estrategia: el final negociado del sistema. Los líderes afrikaners ya no podían resistir.

En 1990 F.W. de Klerk sucede en la presidencia del país al polémico Willem Botha, con quien Mandela ya había explorado las primeras conversaciones. De Klerk inició la desintegración de la arquitectura legal del sistema y libera al líder negro.

20 años de libertad en Sudáfrica

Aquello supuso un impulso para las conversaciones entre el CNA y el Gobierno, aunque la transición no iba a ser fácil. Herida y ‘traicionada’ por el gobierno blanco, la extrema derecha se movilizó, armó y unió en torno a una coalición, la “Africaner Volksfront”, que llegó a poner al país al límite de la guerra civil. Pero ya no había vuelta atrás. Comenzaba una nueva historia, la de la Sudáfrica democrática. Y Madiba lideraba.