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Sobrevivir sin techo

  • Ya son más los españoles que duermen en la calle que los extranjeros
  • Además de albergues, Cruz Roja ofrece ayuda a los duermen al raso

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Cruz Roja atiende a personas sin hogar con albergues y ayuda en la calle

En 2005 el Instituto Nacional de Estadística (INE) realizó un estudio pionero sobre las condiciones vitales de las personas sin hogar en España. Entonces, el porcentaje de españoles en esa situación era del 51,8% frente al 48,2% de extranjeros.

Justo hace ahora un año volvió a recabar datos. Fue entre los meses de febrero y marzo, el periodo en el que se concentra la mayor demanda de servicios de alojamiento y restauración por parte de los llamados sintecho. La brecha se había ampliado en favor de los españoles, que representaban ya al 54,2% frente al 45,8% de los extranjeros.

En total, 22.938 usuarios de estos servicios en municipios de más de 20.000 personas. Son solo cifras. Y las cifras ni sienten ni padecen. Las personas sí.

En el albergue de Cruz Roja en Torrejón de Ardoz, en Madrid, lo saben bien. Tratan con ellas todos los días. Mercedes Morales, su directora técnica, asegura que esta temporada la ocupación está alcanzando el 95%, una cifra superior a la de otros años. El frío y la lluvia siempre son una buena razón para no querer dormir en la calle, pero Morales aclara que esta vez la crisis está siendo un factor “determinante”.

Alexandra tiene 23 años, llegó hace cinco de Rusia y desde hace dos semanas, cuando la echaron de su trabajo, duerme en el albergue. “Era camarera en un bar desde hace tres años, pero sin contrato. Ahora mismo no tengo derecho al paro. No recibo ninguna ayuda y por no estar durmiendo en la calle y pasar frío he venido aquí”, cuenta con un fluido castellano y sin perder en ningún momento la sonrisa. Sorprende.

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Cada noche comparte mesa y mantel con tres mujeres y 24 hombres. Veintiocho personas. Son las plazas que ofrece el centro de lunes a domingo. Hay más plazas para hombres que para mujeres, porque ellos son los usuarios más habituales.

El INE lo confirma. El 80,3% de personas sin hogar que recurren a este tipo de centros son hombres. Aunque Merces Morales advierte: “debido a la crisis cada vez vienen más mujeres”.

Dos semanas seguidas como máximo en el albergue

“Los usuarios pueden estar siete días, renovar su estancia por otros siete más y luego, deben estar como mínimo tres días fuera”, explica. Es la única forma de que por el albergue pase gente nueva. Desde noviembre, cuando arrancó la “temporada de frío”, ya han pasado 70 usuarios diferentes. El 43% son españoles y la mayoría no tiene trabajo.

Francisco, de 55 años, es uno de ellos. Vivió 24 años de la construcción. Pero la crisis, como en otros muchos casos, provocó el cierre de la empresa para la que trabajaba y desde entonces está en el paro. De eso hace tres años y medio.

“Buscar trabajo es una lucha titánica”, afirma. Solo cobra la llamada ayuda de los 400 euros y no ha tenido “más remedio” que recurrir al albergue. Duerme en él desde hace 18 meses. Antes también lo hizo en el interior de un coche.

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Llega a las ocho y media de la tarde. Cena, ve la tele con el resto y luego, a dormir. A la siete de la mañana suena el despertador. Ducha, desayuno y de nuevo a la calle. No puede consumir ni drogas ni alcohol. Es condición sine qua non para todos.

Unidades de emergencia de Cruz Roja

Donde no hay condiciones es en la calle. O sí. Las que impone, por ejemplo, el frío cuando los termómetros registran temperaturas bajo cero. Cruz Roja cuenta con un total de 28 unidades móviles de emergencia social (UMES) en toda España que en 2012 atendieron a más de 7.500 personas que decidieron, no se sabe hasta qué punto, desafiar a ese termómetro.

"El primer objetivo es reducir los daños por vivir en la calle y, al mismo tiempo, servir de enlace para integrar a estas personas en la red de asistencia normalizada, promoviendo así la inclusión de estas personas en la sociedad", indica Fernando Cuevas, responsable de Programas contra la Pobreza y Exclusión Social de Cruz Roja.

Una de las últimas UMES en ponerse en marcha ha sido precisamente la que cubre la madrileña zona del Corredor del Henares (Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz, Coslada y San Fernando de Henares). “Presentan muchas barreras y muchas dificultades. Tenemos que ir poco a poco. Sobre todo trabajando el vínculo”, afirma su coordinador, Gonzalo Herrera, que también es psicólogo.

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Ese vínculo comienza a tejerse con un café con leche o un chocolate bien caliente. Mariano, voluntario, y Lidia, trabajadora social, lo preparan y ponen en termos minutos antes de salir al encuentro de los usuarios que han previsto visitar la noche que pasamos con ellos.

Atienden a una media de entre 15 y 20 personas cada día. Esta vez, los primeros de la lista son Illie, su mujer y sus dos hijos de 1 y 3 años. Él llegó de Rumanía en 2007. Trabajó en el sector de la construcción en Barcelona, Valencia, Palencia y Madrid. Hace un año se quedó en el paro y desde hace dos meses vive en una chabola que él mismo ha construido con chapa, madera y cartón.

No solo comida y ropa, también conversación

El equipo le proporciona esa noche ropa para los dos pequeños, comida para varios días, cepillos de dientes para los cuatro y algo más. Una conversación. “Es importante que ellos se sientan arropados o por lo menos que vean en nosotros una figura de ayuda y de apoyo”, afirma Gonzalo Herrera.

Cuando le preguntamos a Illie por la ayuda que le presta el equipo responde: “Sí, muy, muy importante”. Quiere regresar a su país, pero aún no sabe cuándo. Yonut y María, sus dos hijos, ajenos a todo, no han dejado de reír durante toda la visita. Lidia les ha llevado unos peluches para que jueguen. Son niños.

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En Coslada nos encontramos con Ion. Vive desde hace medio año en el interior del ascensor de una discoteca abandonada donde hace no mucho se bailaba hasta el amanecer. Ahora es su casa. Para dormir cada noche, este rumano de 44 años debe atravesar una plataforma donde un día, cuando la música sonaba, había cristales para desfilar sobre ella. Ahora solo quedan finas vías de acero. Llegar hasta el interior del ascensor requiere un arriesgado ejercicio de funambulismo. “Dormir aquí es muy difícil”, afirma.

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La unidad móvil, que en realidad es una furgoneta, sigue su ruta. Es casi medianoche y en el albergue la mayoría ya duerme. Mañana será otro día. Tocará regresar a la calle. Alexandra seguirá dejando currículums allí donde crea que puede haber una oportunidad. ¿Crees que encontrarás trabajo pronto?, le preguntamos. Responde inmediatamente: “Espero que sí, porque no me gusta esta clase de vida. No por la gente ni nada, porque haces amigos y todo. Pero esta vida no es buena para nadie, para nadie”.