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Corralito, corralón... acorralados, indignados!

  • Este sábado 3 de diciembre se cumplen 10 años del corralito en Argentina
  • El Gobierno tomó medidas desesperadas que generaron gran tensión social
  • Un modelo basado en la mezcla heterodoxia y ortodoxia sacó al país de la crisis

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Hace una década, Argentina sufrió la peor crisis económica y social de su historia

Se cumplen ya 10 años del famoso “Corralito financiero” argentino, pero, probablemente, por la repercusión que tuvieron aquellos cacerolazos, lo estemos recordando más en España y en otros países que, aquí, en Argentina. 

Las pesadillas, quizás, mejor olvidarlas. Para Osvaldo Rugger, aquel diciembre de 2001 fue ciertamente el comienzo de su peor pesadilla. Autónomo, dedicado al comercio de vinos, vio desaparecer sus ahorros. Estaban en una cuenta corriente de la que era titular su madre, que -con más de 90 años- moría el año pasado sin ver restituidos aquellos depósitos que, literalmente, se esfumaron.

Él sigue intentando, una década después, que le devuelvan el 100% de su dinero y por la vía judicial. No ha tenido suerte ni con los abogados ni con los jueces que le tocaron en el pasado. Tampoco fue como otros que aceptarían cobrar en bonos a años vista ó el canje de sus depósitos en dólares por pesos devaluados. Eran opciones personales, según la necesidad. Algunos tiraron la toalla. Otros se quedaron en el camino: “Hubo gente que se enfermó, de estrés, psíquicamente, que tuvo muchos problemas aparejados a la salud, gente que se ha suicidado…”, nos cuenta en su casa de Buenos Aires.

Recuerda cómo hicieron oídos sordos a sus demandas incluso cuando llegó a encadenarse a la puerta de una sucursal bancaria del Banco Francés del centro de la capital.

Oficialmente, la conversión a pesos de los depósitos en dólares afectó ahorros por valor de 46.000 millones de dólares y fueron 70.000 los clientes de bancos que emprendieron acciones judiciales. Osvaldo Rugger habla de que la pesadilla alcanzó a 270.000 ahorristas.

Medidas desesperadas

El corralito, la limitación de efectivo en banco, fue una de las primeras medidas desesperadas que tomó el presidente De la Rúa, que –para comienzos de aquel mes de diciembre- ya había recuperado para Economía a Domingo Cavallo, el padre de la Convertibilidad. La paridad dólar/peso del tándem Menem-Cavallo se mantenía desde hacía 10 años, se había convertido en una ficción, pero no se quería devaluar la moneda nacional. Y el objetivo era también poner freno a la fuga de depósitos que venía produciéndose desde hacía tiempo en una Argentina ahogada por la recesión y el aumento indiscriminado de la deuda.

No sirvieron de nada las llamadas a la calma –en cadena nacional- tanto de De la Rúa como de Cavallo, que quería impulsar el uso de cheques y tarjetas de débito y, de paso, blanquear la economía sumergida. El sistema se colapsó. Las cuentas quedaron congeladas, como si nunca hubieran existido. Retumbó el sonido de las cacerolas. Y llegaron las huelgas masivas en un ambiente ya de paro y pobreza desbocados. Y se incrementaron las protestas. Porque llegarían, además, otras medidas poco populares.

No hay salida de la crisis que no pase por un modelo de crecimiento

“A Argentina le propusieron –y el gobierno de aquel momento creo que erróneamente aceptó”, nos contaba hace un par de días el exministro de Economía (2202-2005) Roberto Lavagna, “rebajar los sueldos y las pensiones un 13%, despedir personal, subir los impuestos… Muy similar a lo que hoy sucede con Grecia. Pero no hay salida de la crisis que no pase por un modelo de crecimiento. Los modelos recesivos, de ajuste, lo único que hacen es empeorar las cosas”.

Por aquel entonces, Lavagna era funcionario en Bruselas y, desde allí, veía que las decisiones políticas que se tomaban en su país no eran las correctas. El “Corralito” llevaría, definitivamente,  a una tensión social que –en torno al 19 y 20 de diciembre- provocaría la muerte de varias decenas de personas en la calle y con la declaración del estado de sitio en todo el territorio. De la dimisión de De la Rúa, a la asunción como nuevo presidente de Alberto Rodríguez Saá, que acabaría declarando la suspensión de pagos de la deuda privada. Sin los apoyos necesarios, su renuncia –a la semana, a las puertas del Año Nuevo- conduciría a la emergencia de un nuevo Jefe de Estado y ese fue Eduardo Duhalde, que nada más comenzar el 2.002 pondría fin a la Convertibilidad y devaluaría el peso. El sistema quedaría “pesificado” por Ley. Lo llamaron el “Corralón”.

Nuevo modelo: heterodoxia y ortodoxia

Tres meses después, Lavagna acudiría a la llamada de Duhalde con una sola motivación: “Yo creía que tenía algo que aportar, eso sí, saliendo del esquema habitual, que era el que el Fondo Monetario Internacional recomendaba a Argentina”. “Ese nuevo modelo”, explica este economista que se mantuvo en el puesto hasta el 2005, ya con Kirchner, “se basó en una extraña mezcla de heterodoxia y de ortodoxia. Primero, planteamos una reestructuración de la deuda muy dura, que implicó reducirla en un 75%. Planteamos, también, que el consumo es clave: donde no hay consumo, no hay crecimiento y, si hay consumo, las inversiones y las exportaciones van a seguir”. Y añade: “Lo ortodoxo fue que todo eso requería hacerse, al mismo tiempo, con un superávit fiscal muy sólido. Y esa combinación produjo un fuerte aumento del consumo y de la producción local porque había habido una devaluación que favorecía la producción local, la mejora en las horas trabajadas, en el número de trabajadores, después en el aumento de salarios… En consecuencia, un poder de compra que hizo que el consumo siguiera siendo el que alimentaba la producción, la productividad y las inversiones”.

Roberto Lavagna es muy claro en sus explicaciones. Y lo cierto es que sus medidas tuvieron resultados casi inmediatos para un país que sufría la mayor crisis económica y social de su historia.

El crecimiento de Argentina

Cuando dejó Economía en el 2005 –dice que tenía una “excelente relación” con Néstor Kirchner, pero que el entonces presidente, simplementes quiso cambiar de política- Argentina ya crecía y, así, hasta hoy. Este 2011, lo terminará, probablemente, con un crecimiento de su PIB de más del 8%.

A Osvaldo Rugger se le ve bien de aspecto y de salud, pero insiste en que todos los gobiernos son iguales, que los dirigentes “con una mano juran los Evangelios y con la otra hacen otras cosas, son unos mamarrachos” y que, en Argentina, no habrá Justicia hasta que a los damnificados del 2001 como él no les den soluciones.

Días atrás, acudíamos a una manifestación de ahorristas –entre ellos, Osvaldo- frente al Congreso y apenas eran un par de decenas.

Nosotros fuimos los primeros indignados

Fue la mayor muestra de la soledad en la que se encuentran. La mayoría, jubilados. Y eso que, como algunos nos dijeron, “Nosotros fuimos los primeros indignados”.