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Afganistán, el vacío de poder que siguió al 11-S

  • Desde que se produjeron los atentados tuve claro que Afganistán era mi 11-S
  • La ausencia de autoridades convirtió el conflicto en algo apasionante
  • Reporteros de EE.UU. no mostraron a las víctimas del 11-S, pero sí a las afganas

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Una avioneta se ha estrellado contra un rascacielos de Nueva York”. Ésa fue la primera frase que escuché en la redacción de los telediarios antes de ver la imagen de la torre norte del World Trade Center humeante.

¿Hay niebla, fuerte viento? No, el cielo ofrece un azul radiante. ¿El avión impacta lateralmente, contra la antena? No, impacto directo contra el centro del edificio y no precisamente contra la última planta. Quizá se trate de un accidente, pero ¡cómo va a ser algo intencionado!

Ahora está inoculada en nuestro cerebro la imagen del bombero que gira su cuello persiguiendo un sonido y la destreza del cámara al acompañar primero al avión y cerrar después el plano en busca del incendio, pero aquel día y con el desconcierto lógico que siempre provoca la inmediatez, era difícil imaginar un atentado… Hasta que minutos después vimos, ya en directo, otro avión estrellarse contra le torre sur. Se acabaron las dudas.

Siempre tuve claro que mi 11-S estaba en Afganistán.  Y hacia allá me fui en octubre. Fue un viaje apasionante, quizá el más apasionante de todos cuantos he hecho. ¿Duro? muy duro, pero para un reportero es realmente apasionante trabajar en un territorio sin autoridades.

Vacío de poder

Vacío de poder total. Los talibanes: en retirada. Los muyaidines: unos en combate y otros repartiéndose las fichas del poder. Las fuerzas internacionales: ni estaban ni se las esperaba. Nadie te presiona, nadie te coarta, nadie te prohíbe.

Pero ese vacío de poder resultó fatídico el día del asesinato de Julio Fuentes, el reportero del diario El Mundo. No había nadie a quien llamar, no había nadie en quien confiar.

No había fuentes a las que recurrir para confirmar el asesinato. Aquel día maldije mil veces ese vacío de poder. Sólo se podía esperar hasta ver el cadáver. Y eso hicimos José Manuel Frean, Juan Antonio Barroso y yo (en las guerras se curten buenas amistades y las que surgieron de ese viaje son inquebrantables).

La guerra se reduce a cadáveres y supervivientes. Cadáveres. Nunca he creído que se pueda contar bien en televisión una guerra sin mostrar cadáveres, sin ver muertos.

Los medios estadounidenses decidieron no mostrar uno solo de los cadáveres del 11-S. Lo entendí.

Pero mi comprensión hacia ese periodismo estadounidense se desmoronó cuando en Afganistán vi correr como locos a algunos reporteros estadounidenses para ser los primeros en grabar las imágenes de los cadáveres que dejaban sus bombarderos B52 cuando por error desintegraban aldeas afganas. En periodismo, el cinismo desmotiva mucho.