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Obama ya tiene su 'Oklahoma'

  • El presidente se enfrenta a una situación similar a la de Clinton en 1995
  • Entonces, éste logró vincular el ataque extremista a la oposición republicana
  • Lo ocurrido en Tucson pone en evidencia los excesos verbales del Tea Party
  • Los demócratas buscan su contraataque culpándoles de la tensión política

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Condena unánime por el tiroteo en Tucson

Cuando Timothy McVeigh, un extremista de derechas contrario a lo que consideraba una agresión constante del Gobierno federal de EE.UU., detonó un camión bomba en Oklahoma el 19 de abril de 1995, no solo mató a 168 personas; también acabó oficialmente con un momento político, el del contraataque republicano.

Apenas seis meses antes, el partido conservador había logrado ‘matar’ de facto la Presidencia de Bill Clinton al hacerse con el mando de ambas cámaras e imponer su agenda política.

Su líder en el Congreso, Newt Gringich, estaba en la cresta de la ola de la popularidad mientras los electores consideraban a Clinton débil, sin proyecto ni visión de futuro.

Cuatro días después, en un discurso en Minneapolis, el ahora ex presidente atacó a aquellos que, con voces “broncas y enfados esparcen el odio y dan la impresión en cada una de sus palabras… de que la violencia es aceptable”.

La estrategia de Clinton

Clinton evitó en todo momento nombrar a sus rivales conservadores, empleó un tono amigable e integrador e incluso se permitió el lujo de recordar su infancia en Arkansas, invocar a Dios y a la Biblia y erigirse como un hombre de la calle que apuesta por la paz y la convivencia.

Sin embargo, lo que se traslucía detrás de sus palabras, tal y como demuestra el memorando político que preparó en esos días su asesor Dick Morris era algo totalmente distinto: que la tragedia era un regalo caído del cielo para sus fines políticos.

Éste era el análisis de cómo maximizar la ventaja recogido por la página web Politico: “A. Ventaja temporal: subida en las encuestas. B: Ventaja más permanente: Mejora en los atributos de carácter y personalidad- que remedia la debilidad, la incompetencia y la inefectividad detectada en encuestas recientes-. C: Posible ventaja permanente: Relacionar el tema del extremismo con los republicanos”.

Aunque por ahora la Administración Obama no ha hecho ningún movimiento en este sentido, voces del Partido Demócrata ya se frotan las manos ante lo que consideran una repetición casi exacta de la situación que garantizó la reelección de Clinton un año después.

El Tea Party, en la encrucijada

Los republicanos han explotado la ola del Tea Party y los comentaristas ultraconservadores de la cadena Fox, que les superan por la derecha y en cierto sentido les imponen su agenda, como demuestra la prisa por iniciar la revocación de la reforma sanitaria de Obama en el Congreso pese a ser una iniciativa condenada al fracaso.

Necesitan colgarle esto hábilmente a los del Tea Party, como Clinton en la Casa Blanca hábilmente adjudicó la bomba de Oklahoma a las personas que estaban contra el Gobierno”, señala un veterano demócrata a Politico.

La circunstancias se lo dejan en bandeja: la víctima principal del ataque es una congresista demócrata a la que el Tea Party ha atacado con dureza, hasta el punto de aparecer en un mapa en la página web de la ‘lideresa’ del Tea Party, Sarah Palin, con una pistola sobre su circunscripción.

Más aún, la propia víctima advirtió en un programa de televisión sobre la violencia verbal empleada por Palin y sus seguidores y mencionó de manera específica que el mapa de la ex gobernadora de Alaska podría tener “sus consecuencias”.

Batalla en Internet

Lo cierto es que la batalla política ha tardado pocas horas en ponerse en marcha. En la era de Internet, era de esperar que al poco tiempo alguien colgase en Twitter el famoso mapa de Palin que colocaba a Giffords como objetivo.

Tampoco han ayudado palabras como las pronunciadas por la candidata del tea Party al Senado por Nevada, Sharron Angle, que animaba a “soluciones de la Segunda Enmienda -que consagra el derecho a tener armas-” contra las políticas del Gobierno.

Cuatro horas después, la página de Palin quitaba el mapa para intentar minimizar los daños a sus posibles aspiraciones presidenciales, después de mandar sus condolencias a la familia de la congresista.

Según las palabras pronunciadas por su padre, éstas han caído en saco roto. Preguntado por el New York Post sobre quién es el culpable de lo ocurrido, éste respondía claramente: “Todo el Tea Party”.

En la misma línea, el sheriff del condado de Pima, el demócrata Clarence W. Dupnik, señalaba el clima político creado en Arizona contra la inmigración ilegal por los partidarios del Tea Party como responsable de lo ocurrido.

“La ira, el odio, la intolerancia que se está produciendo en este país empieza a ser indignante y desafortunadamente Arizona se ha convertido en una especie de capital”, aseguraba tras advertir que las palabras pronunciadas “pueden ser libertad de expresión, pero tienen consecuencias”.

La estrategia demócrata

Aunque los republicanos tratan de recordar que el presunto autor de los disparos, Jared Lee Loughner, no forma parte del Tea Party local y era un chico solitario y desequilibrado -incluso con visiones de izquierda en su época del instituto, dicen- la maquinaria demócrata ya está lanzada.

Según un estratega demócrata,  los atentados de Tucson y Oklahoma se produjeron “en un clima de una retórica virulenta y ácida contra el Gobierno y los demócratas”.

“Hoy hemos visto los resultados de esta retórica irresponsable y peligrosa. Aquellos que usan el megáfono, sea a través de su responsabilidad pública o a través de los medios de comunicación tienen responsabilidades. No pueden evitar las consecuencias de sus esfuerzos por inflamar el odio y la ira”, decía el ex senador demócrata Gary Hart en el Huffington Post.

“En un momento como éste es terrible que pensemos en política pero da igual cuál sean las motivaciones del hombre que disparó; la izquierda va a culpar al movimiento del Tea Party”, ha denunciado Judson Phillips, fundador del comité nacional del Tea Party en su página web.

“No podemos permitir que la izquierda radical trate de hacer lo que hizo en 1995 tras los atentados de Oklahoma. Dentro de todo el espectro político hay extremistas, en la izquierda o en la derecha. La violencia de esta naturaleza debe ser condenada por todos y no usada para lograr réditos políticos”, añade.

Víctimas de sus titulares

El problema, como recuerda el periodista Matt Bai en The New York Times, no son los activistas del Tea Party que pacíficamente tratan de que se imponga su agenda ultraconservadora, sino sus portavoces y los políticos republicanos que les alientan con titulares gruesos fabricados para la era de la televisión.

Así, portavoces como Palin utilizaron en la campaña del año pasado palabras como “tiranía” y “socialismo” para hablar de Obama y de sus aliados, dando la idea a los americanos de que tenían un enemigo enfrente al que casi había que enfrentar con las armas.

“No es que esos líderes estén necesariamente incitando a la violencia o la histeria. De hecho, no es así. Es más que se han instalado en una cultura de la hipérbole, encantados con sus propias florituras verbales que les aseguran el aplauso, de forma que parecen haber perdido el control sobre el poder de sus palabras”, añade.

Lo ocurrido ya ha tenido las primeras consecuencias políticas en el Capitolio. El líder de los republicanos en la cámara baja, el congresista por Virginia Eric Cantor, ha anunciado que la votación para la revocación de la reforma sanitaria, prevista para el próximo miércoles, se retrasa a la luz de los acontecimientos.

Giffords se jugó literalmente el cuello al apoyar la reforma impulsada por Obama el pasado mes de febrero, hasta el punto de que su sede en Tucson fue atacada pocos días después de la votación.

La resurrección de los centristas

Ella, miembro del grupo de congresistas demócratas conocidos como ‘Blue Dogs -centristas frente al ala progresista del partido-era un objetivo primordial para el Tea Party porque su electorado, mayoritariamente conservador, estaba en contra de la reforma sanitaria y de la política migratoria de Obama.

Giffords, que hace unos días se opuso a la reelección de la progresista Pelosi como líder demócrata, consiguió batir por estrecho margen al candidato del Tea Party gracias a su gancho personal con los electores y a reuniones como la que acabó finalmente con seis muertos y 18 heridos, en las que explicaba a los ciudadanos la realidad de la reforma sanitaria más allá de los reduccionismos políticos.

De hecho, los Blue Dogs fueron los grandes perdedores de las legislativas de noviembre, ya que cayeron frente al radicalismo del Tea Party y rechazados por los propios demócratas que les consideraban tibios.

Ahora, su posición se ve inesperadamente reforzada tanto por la compasión nacional hacia Giffords como por el propio giro político iniciado por Obama con la recuperación -paradojas de la vida- de asesores de Clinton que cimentaron su reelección pese a tener un Congreso hostil.

“Como ella, el presidente ha sido atacado duramente por ambos lados: por progresistas que lo ven como un vendido, por los partidarios del Tea Party que lo ven como un usurpador socialista usurpado por el poder. Él y Giffords se ven como compañeros de viaje en el término medio del respeto y el compromiso en un mundo peligroso”, argumenta Howard Fineman, editor en jefe de The Huffington Post.

“Obama podría recordar a los votantes qué es lo que le gusta más de él: su conducta sensible”, concluye sin olvidar: “Como hizo Clinton”.