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La vigencia de Ana María Matute en el siglo XXI

  • La Premio Cervantes ha sido capaz de trascender las generaciones
  • La temática de su obra y el estilo han hecho muy difícil etiquetarla

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Ana María Matute es galardonada con el Premio Cervantes

El 12 de marzo de 2009, Ana María Matute depositaba su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Ocho meses después, el premio Cervantes, el más importante de los premios que se conceden a un escritor en lengua española, recaería sobre el poeta mexicano José Emilio Pacheco.

El legado de Ana María Matute

La norma no escrita, que rige como costumbre inamovible, de que cada año se van alternando galardones a escritores hispanoamericanos y españoles impidió que en 2009 el premio fuera destinado a Ana María Matute. Más vale tarde que nunca, dice el refrán.

Aquel día ya lejano de marzo de 2009, la escritora barcelonesa compartió, tras la entrega del legado, una mesa redonda con dos narradoras de hoy: Espido Freire y Juana Salabert.

El acto, en el que la escritora barcelonesa nacida en 1925 reflexionó sobre su obra a la luz de las opiniones y juicios de dos narradoras nacidas en los años 60, fue una magnífica muestra de la capacidad de trascender las generaciones, de arraigar en la sensibilidad y en las preocupaciones de la sociedad del siglo XXI, de sus novelas y de sus colecciones de cuentos.

Desde Los Abel (1948) o Fiesta del Noroeste (1952), pasando por Los soldados lloran de noche (1963) o La torre vigía (1971) hasta Olvidado rey Gudú (1996) o la reciente Paraíso inhabitado (2008), su narrativa es una permanente indagación en la condición humana, en su relación con el medio y en los mundos que se construyen en la infancia y en la adolescencia desde la doble perspectiva del niño o del joven y del adulto.

El realismo de Ana María Matute nunca lo ha sido del todo

Su realismo nunca lo ha sido del todo. Aunque en sus primeras novelas el peso de la historia, sobre todo la que se basa en la traumática y dolorosa experiencia de nuestra Guerra Civil (que Ana María Matute vivió en el umbral de la adolescencia, entre los once y los catorce años) es fundamental, lo que ha llevado a críticos y académicos a incluirla en la generación de escritores acogidos bajo el marchamo de “niños de la guerra”, con el paso de los años ha ido incorporando a sus novelas otros temas no menos importantes como la indagación en los conflictos de la relación amorosa, la recuperación de un pasado remoto, arraigado en el tiempo medieval (sobre todo en sus novelas posteriores a La torre vigía) y un mundo urbano condicionado y relacionado con el mundo rural.

Ana María Matute es, también, una escritora preocupada por las limitaciones que el poder impone al desarrollo de los seres humanos y defensora radical de los derechos de la mujer y de la igualdad entre hombres y mujeres, una preocupación que atraviesa toda su obra.

Aunque no cabe encuadrar su literatura en el ámbito de la literatura social o del compromiso que tanto frecuentaron sus compañeros de Generación (Luis Martín Santos, Ignacio Aldecoa, el Sánchez Ferlosio de El Jarama, Juan García Hortelano), no es menos cierto que en todas sus novelas es visible una mirada solidaria, compasiva con los desheredados y víctimas de la Historia.

Una técnica de controlada complejidad

Como escritora con una vocación poliédrica, su obra no se ha ceñido exclusivamente a la novela. Ha publicado 26 libros de narrativa corta, tanto de relatos para adultos como cuentos para niños. En eso muestra un paralelismo notable con una escritora coetánea como Carmen Martín Gaite o con los citados Aldecoa o García Hortelano.

Su primer libro de relatos, La pequeña vida, apareció en 1953 y entre sus títulos más significativos cabe destacar El país de la pizarra (1957), El polizón de Ulises (1965), De ninguna parte (1993) y La oveja negra (1994). En La puerta de la luna (2010), publicado este año, se recogen los cuentos completos.

Su técnica narrativa es de una controlada complejidad. Aunque el realismo (que en ocasiones podemos calificar de realismo lírico) es la espina dorsal de toda su obra, nunca ha desdeñado la utilización de planos superpuestos, la introspección, el juego con distintas voces y tiempos narrativos y la búsqueda de espacios en los que fantasía y realidad se mezclan e interrelacionan.

Una gran escritora de nuestro tiempo a la que los escritores de las generaciones posteriores, incluso los narradores jóvenes del siglo XXI consideran plenamente contemporánea y vigente. Y plenamente suya.