Enlaces accesibilidad

Álex de la Iglesia, la bestia académica

Por
67 FESTIVAL DE CINE DE VENECIA
El cineasta español Álex de la Iglesia, durante la 67 edición del Festival de Venecia.

Álex de la Iglesia redondea, con el León de Plata a la mejor dirección y el premio al mejor guión en Venecia, una trayectoria en la que con la mano derecha rueda películas marcadas por su exquisito gusto para el mal gusto y con la izquierda brega con su cargo de presidente de la Academia de Cine.

"Tenéis un presidente muy pesado", dijo Pedro Almodóvar tras sucumbir a los ruegos de Álex de la Iglesia para reconciliarse con la Academia en plena gala de los Goya. Y tenía razón. El realizador no ha cejado en su empeño de hacer su propio cine y de dar un giro autocrítico al frente de la institución del cine español, cargo que ocupa desde junio de 2009.

"Acabó la gala de los Goya y me fui al rodaje de Balada triste de trompeta", confesaba en Venecia al presentar la película, donde los malabares entre el Álex cineasta y el De la Iglesia presidente se han demostrado muy habilidosos.

"Con el tiempo, he aprendido a convencer a la gente de lo que yo quiero", decía. Y así fue: el jurado de Venecia no pudo decir que no y le dio el León de Plata a la Mejor Dirección y la Osella al Mejor Guión por su película Balada triste de trompeta.

Aficionado a la serie B

Alejandro de la Iglesia Mendoza, nacido el 4 de diciembre de 1965 en Bilbao, estudió Filosofía y Letras en la universidad de Deusto, pero pronto empezó a sentirse atraído por el cine y a realizar algunos cortometrajes como Mirindas asesinas.

Aficionado a la serie B, al gore y al porno, su labor ha sido, como la de Quentin Tarantino, presidente este año del jurado de la Mostra, la de abrillantar estos géneros marginales para un público más amplio, algo que también ha trasladado a su novela Payasos en la lavadora y a su serie de televisión, Plutón B.R.B. Nero.

Pero todo empezó en 1992 con Acción mutante, su filme de debut protagonizado por Álex Angulo y primera muestra de su capacidad para aunar la fantasía "nerd" con el éxito de taquilla en una cinta de ciencia ficción premeditadamente cochambrosa.

La promesa se consagró con una de las cintas más sorprendentes del cine español de los noventa: El día de la bestia, un satánico cruce entre cine de acción apocalíptico con una trama sumamente castiza aderezada con heavy metal.

Ayudado por iconos urbanísticos madrileños, como el anuncio de Schweppes en la plaza de Callao o las torres Kio, ganó el premio Goya al mejor director -la película consiguió seis en total- e inauguró la serie que cierra con Balada triste de trompeta: la que él ha definido como la "trilogía de la degradación de las alturas".

En manos del exceso

Funambulista en la cuerda floja de la genialidad, a veces cae sin redes sobre el exceso, como le sucedió con Perdita Durango, su primera película internacional en la que contó con Javier Bardem y Rosie Pérez y con la que no obstante ganó el premio a la mejor película en el Festival de Cine de Terror de Roma.

Tras dar serias muestras del agotamiento de su lenguaje en Muertos de risa -en la que adelantaba el lado oscuro del humor que ahora le ha dado la gloria-, retomó su pulso en la que, probablemente, sea su película más equilibrada: La comunidad, un ejercicio de suspense y "grand guignol" capitaneado por una espléndida Carmen Maura.

En ella, sus códigos y sus referencias -de las quinielas de fútbol a La guerra de las galaxias- encajaron en una cinta ganadora de tres premios Goya -de quince candidaturas- y la Concha de Plata a la mejor actriz en San Sebastián.

Después del traspiés de 800 balas, protagonizada por Sancho Gracia y ambientada en los platós de "spaghetti western" de Almería, pasó a la comedia más negra en Crimen ferpecto, tras la cual se enroló en su filme más ambicioso: Los crímenes de Oxford,  rodado en inglés con Elijah Wood y John Hurt en el reparto.

Sofisticó su mirada y se plegó a un lenguaje más internacional, pero la película no tuvo el éxito esperado, aunque él demostró que podía ser, si así lo requería la historia, un cineasta de oficio.

Respuesta 'desatada'

Y esta película provocó la respuesta "desatada", como él mismo dice, en que se ha convertido Balada triste de trompeta, donde teje un explosivo caos creativo en el que no faltan ninguna de sus obsesiones.

"Una amiga me dijo al ver la película: 'No sabía que eras tan horrible'", explica De la Iglesia. Y, efectivamente, por primera vez en el cine del realizador vasco, el pulso entre el horror y el humor es ganado por el primero de ellos, puesto que es éste un filme recorrido por el dolor, aun teñido de payasada, que recorre la Historia de España desde la Guerra Civil hasta la democracia.

"Espero que esta película nos recuerde algo que ocurrió y no debería haber ocurrido. Y, por favor, que no vuelva a ocurrir", concluía en Venecia.