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Reino Unido elige entre cambiar o reinventarse

  • Las elecciones del 6 de mayo tienen el resultado más incierto en décadas
  • El ascenso de los liberal-demócratas refleja el descontento con el sistema
  • La corrupción y la crisis alejan a los ciudadanos de sus políticos más que nunca

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El líder conservador, David Cameron, se dirige a sus seguidores junto al Big Ben.
El líder conservador, David Cameron, se dirige a sus seguidores junto al Big Ben.

"Debemos romper nuestra clase político-mediática y, ante todo, el sistema bipartidista. La mejor forma de hacerlo es 'colgarlos'".

Con esta frase de Andrew Jenkins, fundador de OpenDemocracy -un think tank británico-, un grupo de voluntarios ha creado una iniciativa en Internet tan simple como provocadora: dar información a los ciudadanos para que su voto sea lo más útil posible.

Eso sí, no útil en el sentido en que la política británica ha usado esa palabra hasta ahora -es decir, votar al candidato de los dos principales partidos que le caiga menos antipático- sino para todo lo contrario: potenciar al miembro de los partido pequeños que tenga más opciones de ganar para evitar que su circunscripción caiga en el bipartidismo.

Lo que se juega el 6 de mayo

"Si usamos nuestro voto de una manera abierta e inteligente, podemos hacer que ocurra", reza el manifiesto de Hang'em, una de las muchas iniciativas que florecen en Internet para pedir un voto de protesta contra lo que consideran "un sistema podrido".

En el otro lado, los conservadores británicos y su líder, David Cameron, luchan para que la ola del descontento no se desboque en un seísmo político que les aguaría el hasta hace unas semanas seguro acceso a Downing Street: el 'hung parliament'.

Y es que apenas unos puñados de votos en determinadas circunscripciones pueden hacer que las elecciones del próximo 6 de mayo sean un capítulo más en la normal alternacia bipartidista de Reino Unido con un gobierno fuerte conservador o, por el contrario, una auténtica 'reinvención' del sistema, colocando a los liberales como los árbitros de la gobernabilidad.

La opción de que Gordon Brown repita la victoria de 2005 de Tony Blair se ha convertido, para los institutos de encuestas, en una idea extravagante.

En este sentido, la irrupción estelar de Nick Clegg, líder liberal demócrata no es más que la punta del icerberg de un descontento que se ancla en el descontento por los trece años del Nuevo Laborismo y todo lo que significa la política asociada a Westminster, la sede del Parlamento británico.

Malestar ciudadano

De hecho, el líder de este grupo -ex votantes laboristas en su mayoría- sería más el trasunto de Guy Fawkes anarquista de V de Vendetta -que quería volar por los aires un parlamento contaminado- que la imagen europea y educada de Clegg.

Por eso, votantes indecisos como Rebeca Jenkins, que escribe sus impresiones en el rotativo británico The Guardian durante la campaña, señalan su objetivo: "El actual parlamento fue creado por hombres en el siglo XIX. Queremos un sistema parlamentario acorde con el siglo XXI".

Más aún, el episodio de la votante laborista de toda la vida a la que Brown llamó intolerante por preguntarle y no creerse sus respuestas no es más un resumen a pequeña escala de lo que puede pasar este jueves: si otros laboristas desencantados la imitan y deciden no votar a nadie, los tories tendrán la de ganar.

Por contra, si hacen caso a los medios de izquierdad tradicionalmente laboristas, como el Guardian, se inclinarán por los liberal-demócratas.

Economía y corrupción

El primer desencadenante de esta decepción ha sido la ruptura de la confianza en la economía tras años de prosperidad y burbuja inmobiliaria bajo la égida del Laborismo y Brown como su canciller del Tesoro.

Ahora el déficit es tan galopante que incluso se oyen comparaciones susurradas con Grecia y el crecimiento es tan débil que la retirada de los estímulos para aliviar las cuentas públicas se ha convertido en un tema central de campaña.

El mensaje que ha enviado recientemente el Instituto de Estudios Fiscales británico no ayuda: ningún partido -desde los conservadores, que prometen un recorte de más de 6.000 millones de libras en 2010, hasta los laboristas, que dicen que recortarán el déficit un 50% de aquí a a 2014- han sido honestos con sus votantes sobre los recortes que serán necesarios tras las elecciones.

El segundo -más profundo y de incalculables consecuencias- es el escándalo de los gastos excesivos de los parlamentarios, desvelado por el Daily Telegraph el año pasado y que supuso la dimisión por primera vez en 300 años del speaker -presidente- del Parlamento.

Este caso puso al descubierto que los políticos -especialmente los laboristas y los conservadores- habían devenido en una especie de casta que se consideraba en su derecho de costearse una vivienda que no era estrictamente necesaria para su trabajo a costa del contribuyente.

Encerrados en un escenario que rezuma anacronismo -y acompañados por otra cámara más anacrónica aún, la de los Lores, que ni siquiera es elegida- los votantes de buena parte de los diputados británicos despertaron de su sueño pese a las promesas de limpieza realizadas por los partidos a partir de entonces.

Una reforma electoral que cambiaría el sistema británico

El primer ministro promete ahora convocar un referéndum para aumentar la proporcionalidad del sistema electoral, discutir la posibilidad de una Constitución escrita -un anatema hasta hace poco- y abrir la posibilidad de que los miembros de la circunscripción de un diputado corrupto puedan echarle.

Las propuestas, que en buena parte son compartidas por los liberal demócratas y son rechazadas por los conservadores, llegan después de que en trece años de gobierno los laboristas no hayan hecho nada en ese sentido.

Si los 'tories' vencen sin necesidad de apoyo, la reforma electoral y el cambio de sistema quedará en un sueño de campaña. Por el contrario, si dependen de los liberales, es probable que no tengan más remedio que emprender la metamorfosis de la política británica.

Por eso, iniciativas como Vote for a Change o Progressive Parliament buscan movilizar en internet a los votantes para conseguir un parlamento sin mayorías, el primero desde 1974, pese a que laboristas y, sobre todo, conservadores hablan de consecuencias nefastas si no hay un gobierno fuerte.

Por eso se han disparado las descargas de formularios para inscribirse en el censo electoral y las ventas de los manifiestos electorales tras la caída en picado de la participación en la última década pero hay un número sin precedentes de indecisos a estas alturas del partido.

Y por último, Europa

El seísmo sería tal que se pondría en duda hasta la confuguración del parlamento de Westminster, que está diseñada para el combate entre dos partidos.

Entonces, ¿se establecería un parlamento en hemiciclo? ¿Un sistema electoral proporcional?¿Un sistema multipartidista?¿Una Constitución escrita? ¿Pasaría Reino Unido a ser un país más de esos del...Continente?

"Estos son tiempos extraordinarios, y los votantes parecen querer ver a sus políticos fueras de las viejas tendencias. En este sentido, esto podría hacer estas elecciones británicas las más europeas hasta el momento", señala Daniel Korski, especialista del European Council of Foreign Relations.

De la 'pesadilla' de un Cameron que quiere recuperar competencias y amenaza el Tratado de Lisboa, Bruselas ha pasado al sueño de ver a uno de los suyos -Clegg fue funcionario europeo y es un declarado eurófilo- decidiendo la política de Downing Street.

Sin embargo, el líder liberal ya ha advertido que su partido no quiere abrir el debate sobre el euro de manera inmediata. Al fin y al cabo, Blair se llevó amenazando con entrar en la moneda única durante una década para nada.

Y -a veces los pequeños datos dicen más de lo que parece- el libro favorito de Clegg es El Gatopardo. Ya saben lo que decía su protagonista, el Príncipe Salina: "Hay que cambiar algo para que nada cambie".