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Irán: una fisura entre el pueblo y el poder

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La revolución verde iraní se está volviendo peligrosamente roja. El lunes, en Teherán y en todo el país, cientos de miles de personas marcharon pacíficamente en la mayor manifestación desde la revolución de 1979. Durante la jornada, al menos siete personas murieron en lo choques entre manifestantes y milicianos islamistas.

Mir Husein Mousaví -el candidato que para muchos iraníes ha derrotado al actual presidente, Mahmud Ahmadinejad- ha rechazado la oferta del Gobierno de realizar un recuento. Se rumorea que Akbar Ahmed Rafsanysaní, ex presidente y cabeza de la oposición al líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, está intentando desplazar a este último del poder por su respaldo de los resultados electorales. El martes 16 cientos de miles de iraníes volvieron a salir a las calles a pesar de la llamada de Mousaví a mantener la calma.

Los acontecimientos en Irán se están acelerando y el régimen se tambalea. La consecuencia inmediata aún no se conoce, pero ¿cuál será el último cambio? Incluso aunque la República Islámica perviva, puede que haya sufrido una irremediable perdida de prestigio. Los iraníes han mostrado un compromiso respecto a su futuro político que muchos observadores pensaban inexistente, entre la aparente apatía de las élites y el conservadurismo religioso del resto. Las percepciones occidentales sobre Irán también se han reescrito.

La agitación en las calles es extrema, porque así perciben la escala del fraude los iraníes. Los candidatos se enfrentaron en unas elecciones con una participación del 85%, algo habitualmente negativo para quien se presenta a la reelección. Mousaví ha recibido pocos votos incluso en su localidad natal y la región azerí, de donde procede. Los resultados se anunciaron 90 minutos después del cierre de los colegios electorales, cuando la comisión electoral normalmente tarda al menos un día en contar las papeletas a mano. Los medios y las comunicaciones han sido bloqueadas desde los comicios.

En un desafío dirigido a Ahmadinejad y a su supuesto triunfo, los manifestantes cantan: "Ahmadi, Ahmadi, ¿dónde está tu 63%?". Esos iraníes no están decepcionados, sino que no se lo creen. La República Islámica se aparece como una democracia fallida: nunca ha sido un secreto,  pero ahora está más claro que nunca. Su incredulidad es una de las expresiones de la revolución verde.

La gente ha olido algo de democracia pero no demasiado. Y con los neumáticos ardiendo y los gases lacrimógenos en las calles, el olor puede ser algo más amargo. Los iraníes dicen que el sentimiento de 1979 está en el aire, aunque muchos de ellos son más jóvenes que la propia revolución. Otra consecuencia de la crisis puede ser que las futuras elecciones en la República Islámica estén siempre marcadas por la controversia.

Los agresivos debates televisados entre Ahmadinejad y Mousaví revelaron una aparente división entre los liberales urbanos y las clases medias-bajas. La analista del New Yorker Laura Secor opina que esa división social se está malinterpretando. Aunque las clases medias-bajas votaron por Ahmadinejad en 2005, desde entonces han renegado de él, como demuestra el triunfo de los parlamentarios que le criticaron en las legislativas de 2008. Secor afirma que "con Ahmadinejad, la crisis económica ha golpeado a las clases medias y pobres más duro que ninguna otra". Pero Ken Ballen, del think tank Terror Free Tomorrow, realizó una encuesta en Irán antes de las elecciones y descubrió un mayor apoyo a Ahmadinejad, incluso en una proporción de dos a uno en la región natal de Mousaví.

En la cima de esta división está la ruptura en el establishment de la República Islámica. El líder supremo Alí Jamenei apoyó a Ahmadinejad y confirmó su reelección como un "milagro divino". Rafsanyaní financió la campaña presidencial de Mousaví. Sin duda, las protestas de las calles de Teherán esconden una lucha entre ambas facciones.

Pero la escala de los acontecimientos en Irán sugiere que esas grietas pueden quedar sepultadas. Cientos de miles de manifestantes en Teherán no pueden ser miembros de las élites, todos vestidos de Prada. Las manifestaciones a favor de Ahmadinejad también son una legítima expresión de apoyo. Los enfrentamientos no se han producido entre grupos sociales, sino entre manifestantes y la línea dura del poder. La verdadera fisura pueda aparecer no entre diferentes estratos sociales sino entre el pueblo y el poder.

Los líderes occidentales han guardado silencio en la medida de los posible, sabedores de que sus palabras son utilizadas por el régimen, antioccidental. Los ciudadanos occidentales, sin embargo, se han implicado en la revolución verde. En Twitter, observadores exteriores dan noticias de sus colegas iraníes y difunden información útil para los manifestantes. Se ha forjado un lazo entre los activistas iraníes y los occidentales, ávidos de noticias. Los occidentales comprenden ahora con mayor claridad que los iraníes son un pueblo diverso y complejo que busca su libertad.

Muchas cosas pueden cambiar en Irán. La situación económica no beneficia a un país con una gran riqueza natural. El boom de la natalidad en los últimos 30 años ha dejado una población sin duda deseosa de hacer algo con sus vidas y su país. Los derechos religiosos y de otras minorías podrían respetarse. Irán sólo cambiará cuando las revoluciones periódicas dejen de ser el último recurso del pueblo. Los acontecimientos de junio de 2009 son un paso más, pero prometedor.