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El Salvador busca renovar la ilusión

  • Antonio Saca abandona la presidencia del país en un ambiente de decepción
  • Su mandato, recibido con esperanza, no ha resuelto los principales problemas del país
  • El FMLN, favorito por primera vez, presenta un candidato que no fue guerrillero
  • El nuevo presidente deberá afrontar la debilidad económica y la desigualdad social

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Comienzan las elecciones en Salvador

La afición salvadoreña está este año ilusionada: por primera vez desde 1998, la selección nacional ha logrado colarse en la liguilla final de clasificación para el Mundial de Fútbol que se celebrará en Sudáfrica en 2010 y, aunque las posibilidades reales de La Selecta son escasas, el Estadio Cuscatlán recibirá a equipos como Estados Unidos y México, las potencias futbolísticas de la región.

El fútbol no es sólo el deporte nacional de El Salvador, sino la principal pasión de sus habitantes, que, sin embargo, lamentan el escaso nivel de la liga nacional y han volcado sus anhelos en los equipos españoles: los partidos se emiten en directo cada jornada, no es extraño ver por las calles de la capital coches y autobuses con los colores del Real Madrid o el Barcelona y el clásico español no solo es el acontecimiento más seguido por televisión, sino que se vive como un auténtico derbi local.

Así que no parece casual que un locutor deportivo, Tony Saca, ocupe la presidencia de la República, a la que se alzó apoyándose, en gran medida, en su popularidad como periodista, ya que carecía de experiencia política. Ahora ya no es Tony Saca, sino Elías Antonio Saca, la última de las esperanzas frustradas del país centroamericano, el más pequeño y uno de los más pobres de todo el continente.

Decepciones

La victoria de Saca en 2005 fue recibida con gran ilusión por la mayoría de los salvadoreños, quizá incluso mayor que la que ahora suscita La Selecta. Su condición de outsider, de personaje ajeno a los enfrentamientos políticos previos, le otorgaba un aura de esperanza, de verdadero cambio, pese a concurrir como candidato del partido gobernante, la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).

Sin embargo, cinco años después persisten los graves problemas; por encima de todos, una economía atrasada, en la que las manufacturas textiles y el café son los principales productos de exportación, mientras las remesas de emigrantes aportan el 17% del PIB. Además, es absolutamente dependiente de Estados Unidos, que no solo es el principal socio comercial de El Salvador, sino que decide su política monetaria: el dólar es la moneda de curso legal, dado que el colón ha sido retirado de la circulación.

El resultado, como ocurre en otros países centroamericanos, es una desigualdad patente para cualquiera que visite el país: urbanizaciones de lujo y champas de zinc y madera junto a las carreteras; zonas comerciales en las que cenar a precios de Nueva York y puestos de papusas -el plato nacional, una torta de harina rellena de queso y frijoles- en los que se come por menos de un dólar; concesionarios de Porsche y camionetas ocupadas por 12 personas.

El FMLN, favorito

También persiste la delincuencia y la proliferación de las bandas de jóvenes, las maras,  a pesar del Plan Supermano Dura que el presidente Saca puso en marcha el comenzar su mandato; cada día se producen una decena de homicidios en el país.

Así las cosas, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) ha optado por adoptar la estrategia de su rival y colocar al frente de su candidatura a un periodista de prestigio y con tirón popular, en este caso especializado en la información política, Mauricio Funes, que no atesora experiencia alguna pero tampoco participó en la lucha guerrillera.

Por el contrario, el líder de ARENA, Rodrigo Ávila, los grupos paramilitares que operaban durante la guerra civil (1980-1992). Si atendemos a la experiencia de Saca, la militancia armada no parece puntuar en el ánimo de los salvadoreños, deseosos de olvidar el conflicto, y, de momento, el ingeniero Ávila sale perdiendo en las encuestas.

Un país dividido

En cualquier caso, el conflicto armado que causó más de 75.000 muertos continúa presente, casi dos décadas después, en muchos aspectos de la vida del país. No es extraño ver, por ejemplo, a antiguos guerrilleros o paramilitares armados ejerciendo labores de seguridad privada, sin uniforme ni distintivo alguno, pero con armas bien visibles.

En el centro de San Salvador, el rastro del conflicto se puede seguir desde la Catedral Metropolitana, donde muchos fieles buscan la tumba de monseñor Óscar Romero, el obispo asesinado en 1980 por los escuadrones de la muerte, desencadenante de la guerra civil. Dos manzanas más allá se encuentra el Parque Libertad, donde los estudiantes de la Universidad Centroamericana (UCA) considerados subversivos eran fusilados por la policía durante la guerra civil. "Pero no nos gusta hablar de eso", confiesa un taxista.

La división del país se aprecia, en cualquier caso, en la cerrada lucha de los dos principales partidos por el poder: en las recientes elecciones legislativas, el FMLN se convirtió en la primera fuerza política por unos 90.000 votos, de un censo de 4,2 millones.

Explotar la riqueza natural

Así que los retos para el sucesor de Tony Saca serán numerosos: cerrar definitivamente las heridas de la Guerra Civil, relanzar la economía -en un contexto internacional de crisis generalizada- y conseguir un reparto más igualitario de la riqueza.

En este sentido, muchos salvadoreños se miran en el ejemplo de Costa Rica, que se ha convertido en una potencia turística a partir de su riqueza natural. El Salvador tiene excelsas playas en el Pacífico y célebres volcanes, que podrían servir para impulsar el turismo, pero las trabas a la inversión extranjera no han permitido ese desarrollo, pese a algunos tímidos intentos.

De hecho, muchos salvadoreños emigran a Costa Rica para trabajar en esa industria turística que su país no termina de crear. Tras una larga campaña, su anhelo, a partir del 15 de marzo, es que El Salvador despegue definitivamente.