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Un tal Joe para remontar en los sondeos

  • McCain asegura que no es Bush
  • El candidato republicano utiliza a un tal Joe como ariete económico
  • Obama no se aparta un milímetro de la línea que le ha catapultado en los sondeos
  • Los dos candidatos protagonizan el debate más animado e igualado de los tres
  • Todo sobre las elecciones de EE.UU en nuestro especial
  • Revive los cuatro debates en RTVE

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'Joe, el fontanero', estrella del debate

No ha sido la economía sino Bush y un tal Joe. Son las estrellas invitadas al último y más animado de los tres debates presidenciales. "Senador Obama, yo no soy Bush". Es la respuesta lapidaria de McCain, casi crispada, al intento de Obama de adjudicarle un déficit desbocado. No en balde, de eso va toda esta campaña. La cuestión es si el público americano cree a McCain o no. Si ven en él al heredero de uno de los peores presidentes de la Historia de Estados Unidos. Si temen que continuará un legado de dos guerras y la crisis financiera más devastadora desde la Gran Depresión. De republicano a republicano.

Desmarcarse de Bush ha sido el objetivo fundamental de McCain estos últimos meses. Y esta noche llevaba la bala en la recámara. No ha tardado ni veinte minutos en dispararla. Cogiendo la ocasión al vuelo, porque el moderador le preguntaba si conseguiría controlar el déficit. Sí, ha respondido McCain, mientras se removía inquieto en su silla. Y a continuación, despechado, a Obama: "Si usted quiere debatir con Bush, debería haberlo hecho hace cuatro años". El demócrata no se ha inmutado: "lo que usted propone es esencialmente ocho años más de lo mismo, y  no ha funcionado, el pueblo americano sabe que no ha funcionado". 

Un tal Joe para fijar conceptos económicos

McCain no ha perdido los estribos en ningún momento. Ha controlado sus ataques personales a Obama. Sin aflojar la presión pero sin salpicar sangre, como le pedían la mitad de sus asesores y su candidata a la vicepresidencia, Sarah Palin. Ha exigido aclaraciones a Obama sobre su relación con Bill Ayers, integrante de un grupo antisistema que atentó contra el Capitolio y el Pentágono. Obama tenía entonces menos de diez años. 

Sin embargo, McCain no ha conseguido arrebatar a Obama la imagen más presidenciable. Quizás por ello la gran baza del candidato republicano ha sido Joe. Un fontanero de Ohio. Lo ha utilizado reiteradamente como ariete contra Obama para demostrar que el demócrata quiere subir los impuestos. De hecho, McCain se ha dirigido más a este Joe Wurzelbacher que a su rival. Obama ha contraatacado con su rebaja fiscal, que triplica la oferta del candidato republicano, y que beneficiaría al 95 por ciento de los americanos

El tercer protagonista del cara a cara ha sido el juego sucio en la campaña electoral. El moderador, Bob Schieffer, lo ha introducido sin tapujos: "¿Se repetirían a la cara las lindezas que se han dicho en la campaña?". Y la pregunta ha dado pie a los momentos más tensos del debate. McCain se ha quejado de las acusaciones de que él y Palin instigan el odio contra Obama en sus mítines. Obama le ha recordado que Palin no ha hecho nada por frenar los gritos de terrorista o córtale el cuello. McCain replica que él sí lo ha hecho. Y la cuestión racial ha asomado en el rifirrafe. De puntillas y para condenarla, por supuesto. Como está sucediendo en toda la campaña.

En cuestión de formas, Obama ha mantenido su línea habitual y McCain ha oscilado entre la imagen positiva, centrada en aportar soluciones, y el degüello de guante blanco. El escenario, en torno a una mesa, ha facilitado el contacto visual que se ha echado de menos en los dos debates anteriores. Obama se ha adelantado en el saludo y McCain le ha copiado el gesto de coger el brazo al tiempo que se estrecha la mano.         

Y dos sutilezas. McCain ha dejado caer el asesinato de Kennedy en un contexto insólito, animando a Obama a dialogar más, a jugar en el formato de asamblea ciudadana. Nada que ver una cosa con otra. Y de ahí la duda que siembra ese recuerdo. La segunda perla ha llegado al final. El republicano ha liberado la tensión acumulada en un alarde de muecas con la mano pegada al corazón.