2013
No. ¿Qué...? -A ver. Ven.
-¿Pero qué haces? -Adecentarte un poco.
No puedes ir a casa de Santiago Miranda así.
-No voy a ningún lado. Déjame, mujer.
-Parece que lo que no quieres es ir a Holanda.
-Roberto, que Holanda está muy lejos de Lasiesta.
A ver, yo me voy contigo al fin del mundo.
Pero es que ahora mismo ha surgido esta oportunidad.
-Mejor que no la dejes escapar.
-(RESOPLA) No sé. Trabajar con Santiago Miranda no será fácil.
Tiene un carácter de mil demonios.
-Que yo sepa, Vicente Cortázar no es una hermanita de la Caridad.
-Pero ahora las bodegas las lleva Luis, su hijo.
Y es muy buena persona.
Y se comenta que los Miranda son muy espléndidos.
Tienen un detallito en Navidades para los trabajadores.
-El año pasado dieron garrapiñadas. Me lo dijo a mí el Facun.
-Si está claro que es la mejor opción que tengo.
Seguiría haciendo vino, que es...
lo que me gusta, lo que se me da bien, lo que sé hacer.
-Santiago Miranda lo sabe y por eso te quiere.
-Pero ¡corre! ¿Qué haces aquí? Vete a casa de Santiago Miranda.
-Pues... ¡Para allá que voy!
-Mucha suerte. -Y a ti no sé cómo agradecértelo.
-Sí, sí lo sabes. Con un lingotazo voy apañado.
Por los favores que me has hecho. Y aun me siento en deuda contigo.
Pues entonces el lingotazo corre de tu cuenta.
-¡Suerte!
No sabes qué feliz me haría que nos quedáramos en Lasiesta.
-A mí también me haría feliz.
Roberto es mi mejor amigo.
-¡Vaya! Pero si resulta que vas a tener corazoncito.
Y yo que creía que tenías un cacho de corcho. (RÍE)
-Pero ¿qué dices? Anda, déjalo.
(MANUELA SUSPIRA)
-¿Qué quieres?
-El otro día no me dejaste explicar qué pasó entre Asunción y yo.
-No, si no hace falta.
Asunción ya se encargó de explicarme la maravillosa noche que pasasteis.
(LUIS SUSPIRA)
-Es verdad, estuvimos juntos. Pero... -Por favor, ahórrate los detalles.
-Elena, escúchame. Ese día tú y yo habíamos roto.
Mi padre estaba en la cárcel y estaba destrozado.
Bebí mucho y apareció en las bodegas...
-Ah, sí. Te consoló. Claro, ahora lo entiendo todo mucho mejor.
¿Qué quieres, que te dé la bendición?
Muy bien. Espero que seáis muy felices.
-Elena, estaba borracho. Por favor, escúchame.
Se me fue de las manos. Ya sé que no es excusa pero...
solo pasó esa noche. Te lo juro.
Le he dejado claro a Asunción que no estaré con ella nunca
y que no la quiero.
-¿No me estarás mintiendo otra vez?
-¿Por qué iba a mentirte a estas alturas? ¿Para qué?
-Es que no sé...
Ha dado todo tantas vueltas desde que llegué, con todo...
-Preferiría que las familias no estuvieran enfrentadas,
que no te hubieras ido, que esto no hubiera pasado...
Elena, te quiero.
Eres la única mujer en mi vida.
Hay algo en mí que me empuja a luchar por lo nuestro.
No puedo evitarlo ni quiero.
-Si yo también te quiero, Luis.
Siempre te he querido.
Pero ahora...
Me siento rabiosa y celosa
y que estoy harta, cansada y me duele todo.
Y además ver que estamos...
enfrentados por algo que no tiene que ver con nosotros.
-Bueno, sí tiene que ver, Elena.
Tú insistes en que mi padre es un asesino y yo...
a pesar de eso, no puedo dejar de quererte.
-Pero ¿de verdad que todavía le crees?
Luis, escúchame. Lo nuestro no va a poder avanzar.
Si no se descubre la verdad de la muerte de mi hermano,
de lo de Ormaechea, el vino intoxicado...
Tú eres el único que puede sacar la verdad de todo lo que ha ocurrido.
-¿Yo? ¿A qué te refieres?
-Dile a tu padre que ha llamado Ormaechea a la oficina.
-¿Para qué quieres que haga eso?
-Si tengo razón se pondrá nervioso, cometerá un error y tú lo verás.
-Vale. A ver... a ver si lo entiendo.
¿Quieres que le espíe? ¿Que le ponga una trampa?
-Sí.
-¿No te parece que me pides demasiado?
-Sí, ya lo sé, pero no tienes nada que perder.
-Está bien... Está bien, Elena. Tú ganas. Lo haré.
Con una condición.
-¿Cuál?
-Si no averiguo nada sospechoso de mi padre te olvidas de este tema.
Para siempre.
-Te lo prometo.
De verdad, Luis. Estoy deseando que esto termine.
Vicente, perdona, te necesitamos en las bodegas.
La temperatura de un depósito está por las nubes,
puede que el vino se pierda.
Sí, perdona, no pensé...
Lo siento, Rosalía, no pensé... No sé, me sabe mal.
Ha venido don Alejandro, quiere hablar contigo.
-Madre, ya le dije que no quería hablar con nadie.
-No te enfades con tu madre, yo he insistido en verte.
Solo te robaré un minuto.
-Cariño, cualquier cosa voy a estar abajo.
-¿Puedo?
Tienes cara de cansada.
¿Te encuentras bien?
-¿A qué ha venido aquí?
No me diga que a preocuparse por mi estado de salud.
-He venido a pedirte perdón.
Sé que tienes mala opinión de mí,
pero yo solo buscaba lo mejor para ese niño.
Nada salió como pensaba.
-Ya...
Supongo que todos queríamos lo mejor para él.
-¿Y no es maravilloso? -¿Maravilloso?
-Sí, que un ser tan...
Tan pequeño pueda...
producir en nosotros un sentimiento de protección y de amor tan grande...
Ese niño habría sido una bendición,
pero Dios ha querido llevárselo,
como se llevó a Gabriel.
-No creo que Dios quiera algo así.
-Por desgracia yo he pasado por una situación
como la que estás pasando tú.
Pero no se puede luchar contra el destino.
Llega un día en el que te acostumbras a vivir con el dolor.
-¿Y cuándo llegará ese día?
-Cuando consigas perdonarme.
¡Roberto! ¿Pero qué haces aquí?
Si te ve don Vicente se te cae el pelo.
¿No habíamos quedado en la fonda? -Sí, lo sé,
pero necesitaba hablar contigo.
-¿Y qué? ¿Qué ha pasado con los Miranda?
-Pues que ya no tenemos que marchar a Holanda.
-¿Eso quiere decir que te han contratado?
-Sí. -¡Oh! ¿Sí?
-Sí... (RÍE)
-¿De verdad? -Sí, empiezo mañana mismo,
estoy que no me lo creo. -¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha ido?
¿Te ha contratado Santiago Miranda? -No he tratado con él,
ha sido todo con su hijo que ahora se encarga de las bodegas.
Me ha parecido muy amable. -Sí, es buena persona,
Elena siempre me lo dice. -Parece muy buen hombre,
creo que me entenderé bien con él y que me gustará trabajar para él.
-¿Y te van a pagar bien? -Mejor que los Cortázar.
Luis se había enterado que me había ocupado de la bodega
cuando operaron a tu padre y eso ha contado a mi favor.
-Ay, ay, ay, ¡a ver si te harán capataz!
-Anda, no corras tanto. (MANUELA RÍE)
Me alegro tanto...
-Yo también. Estoy muy contento, mi niña,
muy contento.
Aunque me da un poco de pena no marchar a Holanda.
-¿Pero por qué? Roberto, a ti te gusta hacer vino.
-Sí. -¿O prefieres ir a recoger tulipanes?
-No, está todo bien. -Ah.
-Pero bueno, se supone que ya no hay prisa para casarse
y la verdad es que yo me muero de ganas de hacerlo,
de casarme contigo.
¿Tú te quieres casar conmigo de verdad?
-Yo te quiero,
y quiero casarme contigo.
¿Y sabes por qué?
Porque eres el hombre más...
paciente,
bueno,
y guapo de todo Logroño.
Pero solo te pido un poquito de tiempo...
para organizar bien la boda...
y para que la cabecita loca de tu novia se haga a la idea.
¿Te parece bien? -¡Me parece genial!
(MANUELA RÍE)
Anda, vete. Vete a celebrarlo con Andrés.
-Está bien, me marcho.
Adiós, cabecita loca.
Te quiero, Manuela.
-¿Sabes?
Le he estado dando vueltas
a ver cómo podemos volver a encontrar a Ormaechea.
La clave la tiene Santiago Miranda, estoy convencida de que le pagó
para que se fuera de Lasiesta y no testificara.
Solo tenemos que seguir el rastro de esos pagos para encontrarlo.
No, pero la Policía sí.
Con una orden judicial, tenemos que convencer a Ortega.
Bueno, pues alguna cosa se tendrá que hacer.
Perdona, ¿mi hermano Vicente Cortázar rindiéndose?
Eso no te pega.
¿Qué quieres decir?
¡Pero qué dices! ¿Estás loco?
¿Y?
Vicente, nunca sabremos a ciencia cierta
si Santiago Miranda fue el que mató a Gabriel.
y otra cosa, como dice Ortega, es encontrar pruebas que lo demuestren.
Por cierto, antes me he cruzado con Rosalía.
¿Está todo bien entre vosotros?
¿Te piensas que pego la oreja detrás de las puertas?
Era una pregunta, Vicente.
Tendrías que ubicar mejor con quién te enfadas.
¿Y qué ha pasado?
Ah, bueno, supongo que es un secreto de estado.
Hay cosas que no hace falta estar casado para entender.
Rosalía y tú siempre os habéis entendido tan bien
que estoy segura que no habrá ningún problema para arreglarlo.
Hola.
¿Todavía sigues sintiendo asco hacia mí,
como me dijiste en el calado?
Manuela, no sé qué más quieres que haga.
Nunca debí despedir a Roberto, lo sé y fue un error.
Lo siento. -¿Un error?
El otro día decías que hacías lo que se esperaba de ti, de un Cortázar.
-Sí, mira, la única verdad es que le despedí porque tú me rechazaste.
Mira, me sentía...
No sé, frustrado.
Me sentía como un completo inútil porque le quieres a él y no a mí.
Y ya está.
No quiero que te vayas a Holanda creyendo que soy un monstruo.
-Ya no me voy a Holanda.
-¿Qué?
-Roberto ha conseguido trabajo en...
En las Bodegas Miranda.
Y entonces ya no tenemos por qué irnos.
-Vaya,
me alegro.
-¿Por qué?
-Bueno, porque así voy a tener más tiempo para que me perdones
y para recuperar tu amistad.
-Primero tendrías que aceptar que es lo único que te puedo dar.
-Sí, eso lo tengo muy claro. Es una lección que he aprendido.
Mírate,
tú sabes que eres maravillosa, ¿no?
Generosa y noble.
Yo me voy a esforzar mucho en merecer tu amistad.
-Tú también eres maravilloso y buena persona, siempre lo has sido.
Siento mucho que hayamos llegado a este punto.
-¿Entonces me perdonas?
-¿Tú qué crees?
Pero es muy tarde, Luis debería haber vuelto de las bodegas.
¿No me estará engañando, doña Elvira, y es que no quiere ponerse?
Sí, bien.
Siento haberla molestado.
Dígale que me llame cuando llegue.
Gracias, hasta luego.
-No me parece bien, siempre anda ella dirigiendo el rosario.
-La costumbre. -Hola, hija.
No, la costumbre no...
Asunción, ¿qué te pasa? -Nada.
-¿Por qué lloras?
¿Por Luis?
¿Pero no os habíais reconciliado?
-Eso pensaba yo, pero...
Esta mañana me ha dicho que entre él y yo solo puede haber una amistad.
¡Yo no quiero ser su amiga!
-Será ingrato este muchacho, con lo que te has desvivido por él
estando su padre en la cárcel. -Calma, a ver, ¿qué ha pasado?
-Calma... ¡Que me ha dejado otra vez!
¿Cuántas veces se puede dejar a una persona?
Esta vez no se lo pienso consentir.
-Hija, Luis lleva tratándote mal desde que Elena Cortázar volvió.
¿Cuándo te vas a dar cuenta de eso, eh?
¿Hasta cuándo aguantarás este ir y venir?
-Quizá tu padre tenga razón, cariño.
Vamos a olvidarnos para siempre de Luis.
-No, no, ¡ni hablar!
Ahora te cojo, ahora te dejo... ¡no! ¡No lo pienso consentir!
¡Esta vez no lo permitiré! -Pues mucho me temo que te ignorará,
desgraciadamente siempre que pueda.
-Esta vez es distinto, padre. Es diferente, no es tan fácil.
-¿Y por qué?
-Porque me he acostado con él, por eso.
-¡Oh!
-¿Qué has dicho?
-Lo que han oído, que me he acostado con él, que hemos hecho el amor
y que ya no soy virgen. -¡Ay!
¿Y lo dices así? ¡Pero cómo has podido!
-¡Pues sí y no me arrepiento! -¿Eso es todo lo que te he enseñado?
-No lo es, pero lo que usted me ha enseñado
no me ha servido para que Luis olvide a Elena.
Así que he tenido que buscar otra manera de atraerle.
-¿Otra manera? ¿Te parece una manera bonita esta? ¿Te parece bonita?
-No me lo parece. ¿Qué quiere que haga?
¿No sabe lo que hacen en Francia o qué?
-¡Cállate ya!
-Eh, Clotilde, por Dios.
-¡Cállate o te doy hasta el día del Juicio Final!
¡Cállate! Ay...
Si no tienes el más mínimo respeto por el honor de tu familia
ni por tu decencia, al menos no lo propagues a los cuatro vientos.
-Vamos a calmarnos, sino no se puede encontrar ninguna solución.
Hija...
Mañana mismo voy a hablar con Santiago.
-¿De verdad? -Por supuesto que sí.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Voy a exigirle a Luis que responda por sus actos como un hombre.
No voy a consentir que nadie mancille la honra de mi hija.
-Gracias, papá.
Yo lo único que quiero es que Luis vuelva a ser mi novio.
-Sinvergüenza...
(TELEVISIÓN)
"No lo entiendo. Aún no ha vuelto y nunca llega tarde,
por ninguna obligación por importante que sea.
He llamado a la comisaría".
-Hola, Luis. (ELVIRA) -Hola.
-Siento el retraso, me entretuve con unos amigos.
-¿En Logroño? -Sí.
-Ha estado llamando toda la tarde Asunción.
Me ha dicho que cuando llegases la llamaras,
parecía algo nerviosa. -¿Qué pasa? ¿Habéis discutido?
-No. No exactamente.
Asunción no acaba de entender que no somos novios.
-Ah, yo creía que habíais vuelto a ser pareja.
-No yo nunca dije eso y solo se lo he dejado claro.
-Pues has hecho muy bien.
-Pues a mí no me parece digno de un Miranda
que juegues con los sentimientos de esa chica.
(ELVIRA RÍE) -¡Ay, por favor!
Hay Mirandas que hacen cosas peores.
-En cualquier caso, hay cosas más urgentes de que hablar.
Antes en las bodegas sonó el teléfono y preguntaron por Ud.
-Ah, ¿un antiguo cliente?
-No, Joaquín Ormaechea.
-¿Cómo?
-Sí, llamó Ormaechea. Insistía en hablar con usted.
Le dije que llamara en otro momento, que no estaba.
¿Pasa algo con él?
(NERVIOSO) -No, no pasa nada. Es que me extraña que haya llamado.
¿Qué quería?
-No lo dijo. Que quería hablar con usted, nada más.
(RÍE) -Te habrás confundido, no podía ser él.
-No, conozco a ese hombre y reconocí su voz.
Era Joaquín Ormaechea.
(TELEVISÓN, SONIDO DISTORSIONADO)
-¿Te pasa algo, padre?
-No, ¡estoy bien!
Ven al despacho, que te voy a enseñar unos contratos
que ha hecho el distribuidor ese de Andalucía.
-No tardéis mucho, que hay que cenar.
-¿Te dijo Ormaechea dónde estaba?
¿Te dejó un número de teléfono?
-No, no quiso decirme nada.
Solo me dio a entender que estaba cerca de Lasiesta
y que podría acercarse a verle.
Necesitaba hablar con usted.
-Ya.
-Padre, ¿qué le preocupa de Ormaechea?
-No estoy preocupado. -Bueno, él adulteró el vino.
¿Podría contar algo que yo no sepa?
-No, yo ya te dije todo lo que había que saber.
No hagas caso de ese tipo.
Él sabe que fue el responsable de todo aquello.
Lo que no entiendo es a qué viene esta llamada.
-Si quiere puedo ocuparme de él. -No, no.
Si vuelve a llamar y no estoy yo,
que te diga donde está y te dé un teléfono
donde poder localizarle.
-Claro.
-Mira, estos son los contratos.
-Pasa, pasa.
¡Pasa, que fuera hace relente!
-No quiero más problemas...
No estoy cómodo. -Toma, caliéntate con su vino.
-No, deja eso y vamos a otro lado.
Además, el que se la está jugando aquí eres tú,
como Don Vicente se entere de esto lo vas a pagar caro,
que ya lo conocemos.
-Que me da igual Vicente, a mí solo me importa su vino,
Toma, hombre. -Qué pesado eres. Venga.
En eso te doy la razón. Hacen un vino buenísimo.
-Gracias a nosotros.
Toma, échale un tiento.
Si hace unos meses me hubieran dicho que estaría bebiendo contigo
no me lo hubiera creído. -Pues anda que yo.
Ahora, que te estoy agradecido,
estás siendo muy buen amigo.
Gracias por ayudarme a encontrar un trabajo,
por echarme un cable con los Miranda, por todo.
Sin ti ahora mismo Manuela y yo estábamos en Holanda.
-A mí también me hubiera jodido que te fueras.
Al principio no me gustaste nada. -¿Ah, no?
¿Y eso por qué? -¿Quieres que te lo diga?
Dicen que los borrachos y los niños dicen la verdad.
-Me pareciste un gilipollas, un estirado y un pelota.
Sí, D. Eduardo, lo que usted diga,
como Ud. mande... ¡Te tenía una manía!
-¿Qué dirás? Además no me sorprende, no parabas de decírmelo.
-Porque lo eras.
Luego lo has ido arreglando y ahora trabajas para los Miranda y todo.
Eres un buen amigo. Mi mejor amigo.
-Si es así es porque has cambiado, no porque lo haya hecho yo.
Y mucho, macho, que pareces otro.
Toma.
Estás mucho más abierto,
estás más simpático, más amable, hablas más...
Más razonable.
Y eso está muy bien.
Aquí falta una moza que te apañe bien "apañao"
y ya está. (ANDRÉS PROTESTA)
-Que sí. -Eso va a ser difícil.
-¿Cómo va a ser difícil?
Alguna habrá que te haga tilín.
No sigas por ahí. -¿Que no? ¿Por qué?
¿Quién te gusta? -Que me dejes en paz.
-¡Venga, hombre, va! No seas sosaina.
¿Quién te gusta? Cuéntale al tito Roberto.
¿Te has declarado ya o no?
-No. -¿No?
-Pero estoy a punto.
-Con un par, sí señor, te tienes que declarar.
Tienes que decirle lo que piensas, porque si no, el otro no se entera.
-¿Tú piensas así?
-Órdiga, claro que sí, tienes que hacerlo pero ya.
¡Eh!
-Perdona. -¿Qué coño te pasa?
-Perdona, perdona.
Perdóname.
¡En tu puta vida vuelvas a hacer eso!
Señorita, encantado de conocerla.
¿No nos habíamos visto antes usted y yo?
(INÉS) D. Vicente, ha llegado un telegrama para la Srta. Rosalía.
-¡Madre le cojo una bata, que no encuentro la mía!
-¿Qué?
(RECUERDA) -No has abierto la boca en toda la tarde.
¿Ya no te gusta ir al río conmigo?
-Me gustaría si no fueras tan remilgada.
Pensaba que querías ser mi novia.
-Y quiero, cómo no voy a querer...
pero yo no soy como otras chicas con las que has estado.
Vas muy rápido para mí. -¡Vamos, Carolina!
Eso de guardar la honra solo lo hacen las beatonas sin novio.
Y así les va. -Ya.
Ya, pero mi madre me dice
que hay que saber guardarse para el hombre adecuado.
-Eso es del siglo pasado.
Tú sientes lo mismo que yo.
¿No te sube un calor desde los pies cada vez que te toco?
-Ay, por favor.
-Carolina, me estoy empezando a cansar de esto.
Si me quisieras no te importaría hacerlo.
-No, Gabriel, yo haría lo que fuera para estar contigo.
Si todas las chicas de Lasiesta van detrás del Srto. Gabriel.
Nunca pensé que te fueras a fijar en mí.
-¿Entonces? ¿Por qué no dejas de hacerte la estrecha?
¿Cómo crees que me siento cuando lo haces?
Creo que es mejor que lo dejemos.
No creía que fueras así. -¡No, Gabriel! No te vayas.
Haré lo que tú quieras. -¿Sí?
-¿Vendrías conmigo al río esta noche?
Nos lo vamos a pasar muy bien. Te va a encantar.
-Dime que me quieres.
-Más que a mi vida.
Te lo juro por lo más sagrado.
-¿Por qué juras con este anillo?
-Me lo regaló mi padre cuando cumplí los 18.
Cuando nos llevábamos bien.
-Es precioso.
-Bueno, luego te veo.
-¿Qué decías? No te oía. -Nada.
Madre, ¿me puede contestar a una pregunta?
-¿Sí?
-¿Qué hacía este anillo en su habitación?
¿No lo reconoce?
-No.
-Es el anillo de Gabriel Cortázar.
¡Madre, dígame qué hacía este anillo en su habitación!
Usted tiene que saberlo.
-Sí, claro, cómo no lo voy a saber.
Gabriel me lo dejó a cuenta una noche que estuvo aquí,
tú no estabas. Vino con unos amigos
y estuvo bebiendo y jugando a las cartas y se lo gastó todo.
-Pero eso no explica...
-No quise fiarle, porque ya estaba harta.
Y por eso me dio el anillo, me dijo que...
que cuando viniera a pagarme lo que me debía, se lo devolviera.
(CAROLINA ASIENTE)
Pues Ud. nunca me lo había contado.
-Es que había pasado tanto tiempo que me había olvidado.
Esa noche debí guardármelo en el delantal
y seguramente cualquier día se me ha caído.
-Ya.
¿Y por qué no volvió a buscarlo?
Yo sé que este anillo significaba mucho para él.
Sé que no se habría deshecho de él así como así.
-¡Ay, yo qué se!
Supongo que estaba tan borracho que no sabía donde lo había puesto.
-Ya.
Bueno, pues tendremos que devolvérselo a la familia.
-¿Por qué? Si Gabriel nunca vino a saldar la deuda.
Ese anillo es nuestro.
Bueno, ya iré yo a venderlo a una tienda de empeños.
Y ahora, ya basta de hablar de los Cortázar.
Venga, vete a descansar, que yo voy a echar el cierre.
Que volvieras a estar conmigo, eso me haría feliz.
¿Aceptas que volvamos a estar juntos y querernos siempre?
Necesito la verdad: ¿Por qué apareció ese anillo en su cuarto?
-¿A qué viene tanta pregunta? -¡Contésteme! ¿Ud. vio a Gabriel?
Usted vio a Gabriel.
Ese anillo no se lo pudo dar, lo llevaba el día que desapareció.
El día que lo mataron.
-No me iré hasta que me digas qué hacías con el anillo de Gabriel.
-Yo...
-Tú lo mataste.
-Sí.
-He estado dándole vueltas en la cabeza a un asunto.
Una decisión que tengo que tomar, una decisión difícil.
-¿Puedo saber cuál?
-Una decisión sin vuelta atrás.
Buenos días, padre.
-Luis.
¿Qué haces aquí tan pronto? -¿Y usted?
-Parece que pesa. ¿Le ayudo? -No, no hace falta.
-Sé que no ha estado en la finca del Cojo.
Lo sé porque le he seguido.
Es Ud. un asesino.
-Luis, ¿qué has hecho?
-Sr. Miranda, tiene que acompañarnos.
-¡Hijo!
Roberto es contratado por los Miranda como capataz, con lo que no debe abandonar el país. Tanto Andrés como Manuela están muy felices por la noticia. Vicente, sin embargo, piensa que tal contratación puede ser una afrenta para los Cortázar.
El administrador de la página ha decidido no mostrar los comentarios de este contenido en cumplimiento de las Normas de participación