Lunes a viernes a las 18.10 horas
-¿Libre de pintar lo que quiera? -De pintar lo que quieras y...
de amar lo que quieras.
De vez en cuando me dan estos vahídos,
sobre todo cuando me pongo nerviosa.
Debería haber imaginado que me pasaría esto con la emoción.
Renunciaremos a todo y nos marcharemos.
-¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
-De todas y cada una de mis palabras.
Margarita, aquí tiene la infusión, que esto levanta a...
-No está, señora.
Ahora está regalando una flor a las clientas,
y a los clientes, ¡un puro!
-Se arruinará.
-Lo que va a hacer es arruinarnos a nosotras.
-Tenemos que defendernos.
Para ti, esta tienda no existe.
Y le diré a Felicia que no te deje entrar en el restaurante.
Madre quiere lo mejor para ti y se preocupa, como es lógico.
-¿Qué tienen de malo unas clases de pintura?
Le ha echado el ojo a Antoñito, y el tonto, se desvive por ella.
-Pa mí que te confundes, ¿eh?
No tiene pinta doña Maite de ser una roba maridos.
Lo importante es que ya no hay inquina entre nosotras.
-No puedo aceptarlo, no he hecho nada para merecerlo, al contrario.
-Chist. Me daría una satisfacción.
Y todo acabó en tragedia. No he vuelto a enamorarme.
Así que... Bueno,
pueden estar tranquilas conmigo.
Necesito dinero.
O me da usted lo que le pedí
o el abogado sabrá mucho más de lo que desearía.
Entiendo que prefiere que hable con don Felipe.
Se hará a su gusto.
No se equivoca,...
la suerte de mi esposa no me resulta indiferente.
Es por ella que necesito el parné.
Debo costearme una nueva vida.
Por cómodo que me resulte estar aquí,
lo mejor sea alejar a Marcia de Acacias.
La herida que el señorito Felipe le ha dejado es profunda,
precisa de tiempo y distancia para cicatrizar.
¿No tiene ya lo que quería?
¿Hasta cuándo?
Sí, me acuerdo.
Y me arrepiento.
Tendría que haberla perdido de vista.
(Sintonía de "Acacias 38")
Camino, estas mesas están mal puestas.
-No, no estarán a su gusto, pero están perfectamente.
-¿Cómo puedes negar lo evidente?
Sabes que me gusta poner un jarrón con una flor en cada mesa.
-Lo que yo decía, es su capricho el que habla.
Es mejor que no pongamos la flor, quita espacio.
-Estás agotando mi paciencia.
¿Acaso vas a poner en tela de juicio todo lo que te diga?
-Será mejor eso a que le dé la razón como a los tontos.
-Ya basta. No pueden empezar el día discutiendo.
-¿Por qué no, Emilio?
Así es exactamente como lo terminamos.
-¿Has visto cómo me habla tu hermana?
-Camino, ve a la cocina a ver si están listos los dulces.
-Hazme el favor. No discutas también conmigo.
Madre, están siempre discutiendo, como el perro y el gato.
-No me queda otro remedio, hijo.
¿Has visto la actitud que tiene tu hermana?
-Sí, pero no podemos seguir así. Debe tratar de mantener la calma.
-No me lo pone fácil. ¿Sabes a qué hora llegó anoche?
¡A las nueve!
¿Cuándo se habrá visto a una señorita sola a esas horas?
-Cuando cerramos el restaurante regresa mucho más tarde.
-Tú lo has dicho, después de trabajar,
no porque esté de picos pardos.
-Mire, tampoco estaba en una juerga flamenca,
sino en un concierto de cámara. -Eso es lo que nos dijo.
A saber si será verdad, que no las tengo todas conmigo.
Si al menos la hubieras seguido como te pedí.
-¿Otra vez? Tiene que confiar en su hija.
-No puedo hacerlo, ni en ella ni en su maestra.
Me preocupan las lecciones que le esté dando Maite.
Y no precisamente las de pintura.
Temo que le esté llenando la cabeza de pájaros.
La está convirtiendo en una rebelde.
-Se lo tengo dicho, no le dé más importancia.
-¿Pretendes que no me importe su educación?
-Pretendo que sea más astuta.
Ya conoce a Camino, ahora está entusiasmada por la novedad,
pero ya se le irá pasando.
Si la ve tan pendiente y a la contra,
provocará el efecto contrario.
-Quizás tengas razón.
Dejaré que siga con las dichosas clases.
He dicho dejaré, pero solo de momento.
No me quedo tranquila.
La función resultó un éxito rotundo.
Supongo que su mujer y su hija estarán más que satisfechas.
-No lo duden.
Además de los sentidos aplausos que alimentan tanto a los artistas,
Bellita logró lo que ansiaba, hacer las paces con Margarita.
-Su esposa no puede ser más bondadosa.
-No le cabe el corazón en el pecho.
Son afortunados, Dios ha dejado todo el talento en su casa.
Además de su hija y su mujer,
usted se va a convertir en una estrella de la interpretación.
-Bueno, eso está por ver.
-¿Cuándo será anunciado en prensa?
-En nada, en unos días.
Y he de confesarles
que estoy algo nervioso,
ensayando el texto una y otra vez, repasando...
-Supongo que esa es la vida del actor,
estudiar y repetir las mismas palabras.
-Don Jose,
¿por qué no nos recita algo como adelanto de lo que nos espera?
-No quisiera aburrirles.
-No lo va a hacer en absoluto.
No sé si Liberto estará de acuerdo conmigo.
-Por supuesto.
-Siendo así, no debo defraudar a mi público.
La obra en cuestión es "Don Álvaro o la fuerza del si no",
del duque de Rivas.
-La conozco.
He tenido el placer de verla representada.
Es un drama romántico, ¿verdad?
-Así es. Esperemos estar a la altura del texto.
Mi papel es el del tío Trabuco, un arriero bien rudo.
Un papel secundario, pero mucho más mayor
de lo que yo soy en realidad.
-Encima de la tablas no se notará la diferencia de edad.
-En fin, en fin... Cuando quieran, comienzo.
-Adelante.
El tío Trabuco está tirado en el suelo
encima de los arreos, pero aquí no vamos a...
(CARRASPEA)
De los viajeros, solo me gusta la moneda,
que ni es hembra ni es macho.
Nunca gasto saliva en lo que no me interesa.
Y buenas noches, que se me va quedando la lengua dormida
y quiero guardarle el sueño.
(Aplausos)
-Espléndido, don Jose, tiene el arte en las venas.
-¿Quién le iba a decir que este entretenimiento
acabaría siendo una carrera?
-Me halagan en exceso.
-No, no, tenga en consideración que será su primer sueldo
como actor profesional.
-¿Se da cuenta de lo que eso significa?
Que puede convertir su pasión en una manera de vivir.
-Visto así, tienen razón.
Aún me pregunto si estaré soñando.
¿Desean que continúe recitando?
-Eso ni se pregunta.
Adelante.
-(CARRASPEA) ¿Cómo era esto? Esto era...
Yo no sé, sino que tarde o temprano voy al cielo.
Y me voy huyendo de usted a dormir con mis mulos.
No, mis mulos, a dormir, que ni saben latín ni son bachilleres.
Anda...
-Lo que yo le decía, Liberto. -Sí, sí.
-Bueno, bueno...
No se habla de otra cosa en Acacias que de su éxito, Bellita.
-Parece que la actuación fue del agrado del público.
-No sea modesta, que los aplausos se escucharon en toda la ciudad.
Le agradezco que aun así aportara económicamente.
-Ya ve, Bellita, puede contar con nosotras.
A pesar de que tuvimos ciertas reticencias cuando llegó,
ahora todos la adoran.
En todos lados somos reticentes a las novedades.
Con la experiencia aprendes que es un error,
error que no pienso volver a cometer.
-¿Lo dice por Maite Zaldúa?
-Así es, Carmen, precisamente.
Sé que hay críticas en torno a ella, pero creo que es una buena muchacha.
Acabará desayunando con nosotras como una más, y si no, al tiempo.
-Aquí está el té que faltaba, queridas amigas.
-Felicia, llega a tiempo para unirse a nosotras.
Hablábamos de Maite.
-¿Cómo le van las clases que le está impartiendo a su hija?
-¿Está contenta? -Sí, como unas castañuelas.
Compréndeme, prima, una no quiere enemistarse con nadie.
-Pues para no querer, te estás luciendo.
-Es que no quiero dejarme apabullar.
Puedo hacer lo que me dé la gana con mi negocio.
-Ya. Si en eso no te voy a decir ni que sí ni que no.
-Que te quede claro, ni Lolita ni Felicia son nadie
pa meterse en mis asuntos.
-Por esa misma regla, Lolita tiene derecho a no venderte sus chorizos.
-Uy, pues claro que no tiene derecho.
-¿No decías que cada uno puede hacer en su establecimiento
lo que le plazca?
-Pa chasco que sí,
siempre que lo que le plazca no interfiera en mis asuntos.
-(RÍE)
-No te rías, que el asunto se las trae.
Anoche, tu primo se quedó de lo más disgustao
al saber que no iba a poder comer los chorizos que trae Lolita.
Menudo chasco se llevó el pobre.
Y to por culpa de Lolita.
-¿Estás segura de que todo esto es culpa suya?
-Perdona, tienes razón, me olvidaba de Felicia.
-No, prima, me refería a ti.
¿Acaso tú no tienes na de culpa en este engorro?
-Pues claro que no. -Éramos pocos y parió la abuela.
-Ya me he enterado de lo que te han hecho Lolita y Felicia.
Esa afrenta es imperdonable.
-No exagere, Servando,
lo único que se ha perdido son unos chorizos.
-Pero qué chorizos, Casilda,
que daba gloria verlos, y no te digo ya catarlos.
Por cosas menores, han empezado guerras muy cruentas.
Y no dejarte pasar a sus negocios, qué estrategia más burda
y qué poco elegante.
Queda claro que no encajan bien la ley de la libre competencia.
-Eso mismito le decía a Casida, con otras palabros, eso sí.
-Tenías que hacer tú lo mismo,
no les dejes pasar por tu quiosco.
-¿Ah, sí?
Eso no me parece tan fácil, el quiosco está en medio de la calle.
-Eso es verdad, pues que pasen al lado del quiosco,
pero con la mirada muy fija,
que no puedan echar de reojo una mirada a los periódicos.
-Por favor, Servando, déjese de tontás.
Están saliendo todos peleaos con esto de la competencia.
-Son las leyes del comercio, Casilda.
-Pues vaya leyes más tontas, que solo causan problemas.
Aquí están perdiendo parné, tiempo, y también amistades.
Alguien tendría que poner cordura en este asunto.
Pobre Úrsula, quién la ha visto y quién la ve.
-Está peor de lo que imaginaba.
-Yo pensaba que se estaría recuperando poco a poco.
-Le honra todo lo que está haciendo por ella.
-¿A qué se refiere?
-Le seré franca, pero pocos en Acacias se lo recriminaríamos.
-Genoveva, ¿está diciendo que la ha despedido?
-Lo comprendo.
-Perdone que me entrometa, pero...
quizás debería haber esperado a que se mejorara.
-Dios santo. ¿Qué nos está diciendo, Genoveva?
Insisto,
en que deberías olvidar tus rencores con Marcelina.
No podéis seguir así.
¿Me estás escuchando?
-Sí, Antoñito, hasta la última palabra.
-¿Y por qué no paras y me respondes?
-Te aseguro que prefieres mi silencio
a lo que pueda soltar por la boca.
-Mira, alguien tiene que dar un paso al frente en este asunto.
-Si doy paso al frente, es pa empujarla.
-Temo que te estás dejando influenciar por Felicia.
¿Cómo no vas a despachar a Marcelina? Sois amigas.
-Es tozuda como una mula. No pienso dar mi brazo a torcer.
-Fíjate que no es la única tozuda aquí.
-¿Tú de qué lado estás, amor mío?
-De tu lado, siempre.
Pero me duele verte en tales embrollos,
al final acabas sufriendo.
Estás sensible, ¿eh?
Anda.
-Bueno...
Disculpen que interrumpa.
No se avergüencen, da gusto ver a una pareja tan bien avenida.
Y así será siempre si una pelandusca no se interpone por medio.
-Ustedes dos hacen una pareja preciosa.
El otro día, su marido no paró de decir cosas bonitas de usted.
-¿Ah, sí? -Claro.
Está feliz de que su hijo nazca pronto.
Su amor es verdadero.
-No sabía que le había dicho tales cosas.
-Es de lo único que hablo en todo el día,
de lo feliz que me siento de tener un hijo contigo.
-Su historia de amor es tan bonita...
¿Qué le pasa, Lolita?
Está seria.
¿He dicho algo que le haya importunado? Lo siento.
-No, al contrario,
debería ser yo quien le pidiera disculpas.
-Y eso, ¿por qué?
-Yo me entiendo.
-Traigo la lista.
Si me lo pone ahora, me lo llevo yo misma.
-Se lo acerco luego. O se lo puede llevar Marcia,
que ahora trabaja para mi esposa.
-No hace falta.
Soy ilustradora, ¿verdad? Pues no soy manca.
Puedo cargarlo yo misma.
-Bueno, no insistiré más.
En fin, os dejo solas.
-Con Dios.
-Hasta luego.
-Ahora se lo pongo.
-Muchas gracias.
Lolita,... su esposo es un encanto,
y besa el suelo que usted pisa.
Aprovéchelo.
-Si ya lo sé, A veces olvido lo afortunada que soy.
-Pues no lo olvide.
-Ah, la bolsa.
Perdone, doña Genoveva.
¿Qué hace uste por el altillo?
Es uste pan de Dios.
Pero, aguarde un suspiro, ¿acaba de decir "antigua criada"?
Ay, una no sabía na de na.
¿Desde cuándo no trabaja pa uste? Si puede saberse, claro.
Es de agradecer tales desvelos,
pero no tenía por qué tenerlo en secreto,
siendo la dueña del principal, solo tenía que pedírselo a los vecinos.
¿Quién se va a oponer?
Y más, estando la desdichá en tal estado.
Perdone que me meta donde no me llaman,
pero ¿la ha despedido por eso, por estar tan enferma?
Perdone, como la ha puesto de patitas en la calle justo ahora...
Arrea, graves acusaciones son esas.
Sí, sí.
Tenga la conciencia tranquila,
otra no se hubiese tomao tantas molestias.
Y sepa uste,
que Úrsula siempre ha generao sus resquemores en el altillo.
Muchas creían que no era trigo limpio.
Úrsula, no la hemos oído venir.
Sí, sí, si yo ya me iba. Con Dios.
Apresurémonos, Cinta, no vaya a cerrarnos el zapatero.
Si quieres que te los arregle bien, sí.
Es un especialista en zapatos de baile.
Llevé unos de tu madre y los dejó como nuevos.
Y eso que te los compraste hace un suspiro.
¿Qué haces con los zapatos?
Mira, todo esfuerzo tiene su recompensa.
Estuviste fantástica en la actuación.
No podía ser de otra forma, cariño, lo llevas en la sangre.
¿Y Emilio, qué te dijo?
Estará orgulloso de tener una novia tan talentosa.
Me alegar escucharlo. Eso sí, que de la mano no pase.
Todos lo son, hasta que dejan de serlo.
Muy bien. Y que siga así mucho tiempo.
-A las buenas tardes.
Da gusto verlas, alegran la calle paseando por ella.
-Agradecida, Cesáreo.
Sea, pero date prisa,
que al final nos damos el paseo en balde.
-Que... me alegra verla, Arantxa.
Que quería darle las gracias.
-¿Las gracias, por qué?
-Por ayudarme a llevar a Margarita a su casa.
-No es necesario que me lo agradezca,
no la íbamos a dejar allí tirada.
Así, entre los dos, pudimos mover mejor el fardo.
-Quite, una mujer recia y bien armada como usted,
se la podría cargar como un capazo sin ayuda de nadie.
-Mire, Cesáreo,
cualquiera diría que me está llamando mozo de carga,
o peor, forzudo de circo.
-No, todo lo contrario,
quiero decir que es usted una mujer guapa y buena moza.
Has tardao, que al final, no llegamos.
Al final...
¿Apurada yo? ¿Qué dices? Qué tonterías estás diciendo.
Tira tú. Es que vas lenta con esos tacones, vas lenta.
Jose está muy ilusionado con la obra.
Confío en que todo saldrá bien.
-Claro que sí. ¿Qué tal están resultando los ensayos?
-No sé qué decirle en realidad,
porque todavía no he asistido a ninguno.
-¿Por qué?
-Recuerde que he estado ocupada preparando la función.
-Es cierto, no me había dado cuenta.
Ha hecho usted muy bien
preocupándose por esa desdichada mujer.
Nunca debe quedar resentimiento en el corazón de las personas.
-Así lo creo yo también. Y ha dado resultados.
-¿Sí?
-Jacinto me ha subido una nota de Margarita.
-¿Y qué dice en ella? Bueno, si no es indiscreción.
-Descuide que no lo es, amiga mía.
Me invita a tomar el té en su casa.
-Claro, sin duda es, para agradecerle lo que ha hecho.
-Eso espero, que ya no me guarde ningún rencor en su corazón.
-No lo creo.
Me alegro de que todo haya salido bien finalmente.
Y ahora, si me disculpa, tengo que marchar,
Ramón me espera en casa. Le agradezco la merienda.
-Y yo a usted la compañía.
-Buenas tardes. -Buenas tardes.
-¿Se marcha, Carmen?
-Así es.
Bueno, ¿qué tal van sus ensayos?
-Eh...
Está mal que yo lo diga, pero estupendamente,
cada día, más seguro. -Así es mi Jose,
si se le mete algo entre ceja y ceja, no para hasta lograrlo.
-A las pruebas aquí presentes me remito,
que tuve que aprender a tocar la guitarra para conquistarte.
-Qué guitarra ni guitarro...
Si no llega a ser por esa percha que gastas,
esa labia y ese salero sin par,
a buenas horas me dejo yo camelar por ti.
Como guitarrista no valía,
pero como marido, me llevé un auténtico tesoro.
Ea, aquí tiene sus nueces, doña Felicia.
Ya verá que buenas que están.
-¿Qué tal su hija, ya está hecha una gran pintora?
Seguro que se la da fetén. La muchacha tiene mucho talento.
-No es del talento de mi hija de lo que dudo.
-¿De qué entonces?
-De los conveniente que pueda resultar su profesora.
No puedo negar que Camino está aprendiendo pintura,
pero también, ciertas ideas extrañas que no considero apropiadas.
No me acabo de fiar de que la influencia de Maite sea buena.
-Ya.
No es de extrañar, esa mujer ha estado viviendo mucho tiempo
en otros países, tendrá otras costumbres como poco peculiares.
-Tú lo has dicho, Casilda, como poco.
Mejor hubiera sido para todos que se quedará ahí fuera.
-Bueno, no diga eso, doña Felicia,
que Maite es oro molido.
-Ah... Pensaba que no era santo de tu devoción, Lolita.
-Uste y todos. A ti no hay quien te entienda.
Ayer la ponías a caer de un burro,
¿y hoy la defiendes a capa y espada?
-Te equivocas, yo no pretendía criticarla.
-No quiero saber las lindezas que le dirás cuando sí lo pretendas.
-A ver, yo solo comentaba
que Maite es mu moderna pa este barrio,
y que por eso nos cuesta entenderla.
-Servidora no entendió eso ni por asomo.
-A mí me costó, me costó,
pero me he dado cuenta de que Maite es una gran mujer.
-¿Sabe qué, doña Felicia?
Yo estaría ojo avizor,
por si las moscas,
con estas artistas no se sabe nunca.
-Yo opino lo mismo, Casilda.
Pero realmente, Camino está entusiasmada con las clases,
y mucho más contenta de lo que acostumbra,
con más vida, más ánimo, más ganas de todo.
-¿Lo ve? ¿Qué más quiere?
-Ya.
Después de la malas experiencias que ha pasado la pobre,
es lo más importante.
-Ea.
-Hasta Emilio insiste en que no me meta, pero me resulta imposible.
-La comprendo.
Ahora que voy a ser madre, entiendo que se desviva por ella.
Pero hágame caso,
que esa mujer es oro molido, de verdad que sí.
-Espero que tengas razón, por el bien de todos.
-Pues nada, ya está to solucionao.
Me marcho.
-Con Dios.
-Marcia.
Pero bueno, ¿qué haces tú tan ociosa?
Ya he visto que hoy no faenas en la mantequería.
-Así es. Lolita me ha dicho que no me necesitaba.
Ya sabes que me paga por horas sueltas,
cuando necesita que le ayude. -Tienes el día libre.
-No, del todo.
El jornal de hoy me lo sacaré de la tintorería.
Tengo dos cestos de ropa llena esperándome.
-Apresúrate, no se te haga de noche con la plancha.
-Con eso ya cuento,
tengo faena hasta bien entrada la madrugada.
-No, no, no, no, hasta la madrugada no.
¿Sabes lo que dicen en mi pueblo?
En mi pueblo dicen
que si tú planchas por la noche, te quedas tullida.
-Qué tontunas dicen en tu pueblo.
En Brasil, hacía tanto calor,
que esperábamos a que se pusiera el sol para poder planchar,
y nadie se quedó impedido.
-Mejor hacer caso, que cuando el río suena, agua lleva.
Por algo lo dirían mis mayores.
-Está bien, en ese caso, me pondré cuanto antes
con la faena,
no vaya a quedarme coja planchando unas camisas.
-(RÍE) Claro, tú tómatelo a guasa, mujer.
Ya me necesitarás cuando quieras que alguien empuje tu silla de ruedas.
Con Dios.
-Con Dios, Casilda.
-Ay. Me has asustado.
-Perdona, ya me he dado cuenta.
Espero que esto sirva para que perdones mi falta.
-Me alegra verte tan pronto por aquí.
¿Hoy no tienes que trabajar más?
-Mi única labor será pasear contigo al lado del río.
-Santiago, no voy a poder, tengo que planchar para la tintorería.
-Vaya, qué lástima.
Podrías haber adelantado la faena para antes de mi regreso.
-No me era posible.
Recibí la ropa después de comer, y de no haber sido así,
tampoco habría podido, tuve que salir a hacer un recado.
-¿Qué clase de recado?
-He arreglado tu anillo de boda.
-Me va perfecto.
-No podía ser de otra forma,
lo he llevado al joyero para que lo adaptara.
-Ha hecho un trabajo estupendo.
¿Te ha cobrado mucho? -No, nada.
Se ha quedado con los gramos de oro que ha reducido de la joya.
-Es un buen acuerdo.
Me hace feliz llevar este anillo en el dedo.
¿Y el tuyo?
-Está arriba en la habitación, ahora voy a ponérmelo.
-¿Qué pasa, Marcia?
¿Por qué de repente, ese rostro tan serio?
-Esperaba que arreglarte el anillo fuese una manera de pedirte perdón.
Perdón, ¿por qué? -Por cómo te he tratado.
No he sido del todo agradecida, pero...
-No, Marcia,
no hablemos más del pasado.
El resto de nuestras vidas ha comenzando ahora.
Prometí... que te haría dichosa
y cumpliré mi palabra, cueste lo que cueste.
¿No le ha dicho su suegro por qué quería vernos?
No. Solo que era vital que estuviéramos en casa a esta hora.
-Pues no parece importarle la hora, que no se ha dignado a aparecer.
-Mire, si antes lo nombra, antes viene.
-Veo que ha acudido a mi llamada, doña Felicia, se lo agradezco.
-Hágalo diciéndonos por qué quería vernos.
-Eso, que nos morimos de curiosidad.
-Descuida, Lolita, que enseguida vas a salir de dudas.
Podéis pasar.
-Oh.
-¿Qué significa esto?
-Eso, don Ramón, no nos había dicho que estarían aquí ellas.
-Si lo sé no vengo.
-Por eso no he dicho nada a nadie.
Hagan el favor de tomar asiento.
-(CARRASPEA)
-Ha llegado hasta mis oídos la disputa en la que están inmersos.
-No sé qué le han contado, pero no son prácticas comerciales
de los más común. -Yo las llamaría de otra forma.
-Y mucho menos fina. -Esto no puede seguir así.
Comenzara como comenzara,
el asunto ha derivado en un disparate.
Solo están perdiendo dinero y enemistándose.
¿Les parece esto razonable?
-Hombre, dicho así, tiene más razón que un santo,
sí.
-La situación es muy incómoda.
-Y estamos perdiendo unos buenos duros.
-Y entonces, ¿a qué esperan para solucionarlo?
-Tenga usted en consideración, don Ramón,
que está en peligro la libertad de comercio y de competencia.
-Tontunas, Servando,
lo que está en peligro es la tranquilidad de nuestras calles.
Se lo ruego,
recapaciten... y firmen la paz de una vez por todas.
Es la única salida sensata a lo que ha sucedido.
-Bueno, estos días tengo mucho trabajo en el restaurante,
y esta disputa no está haciendo más que hacerme perder tiempo
y energía.
-Te echo de menos, Marcelina,
que estoy harta de estar de uñas y dientes.
-Y yo también te echo de menos, Lolita.
Sea pues,
olvidémonos del asunto cuanto antes.
-Pero, ¿a mí nadie va a escucharme?
Me alegra que haya accedido a venir a mi casa.
Adelante. -No podía fallar.
Me ha llenado de ilusión recibir su nota.
-La verdad es que quería agradecerle una vez más
todo lo que ha hecho por mí.
Le gustará saber que he invertido el dinero que me dio
en comprar los materiales necesarios
para hacer unos arreglos en la casa.
Mire, los han traído hace un suspiro.
Al fin podré arreglar algunas ventanas
por las que entraban corrientes.
Unos vecinos se han prestado
a ayudarme con los arreglos.
-Claro. ¿Su esposo sigue de viaje?
-Sí, Alfonso está tratando de poner un negocio en marcha.
Pero bueno, seguro que...
se sorprende al regresar y ver la casa arreglada.
-Sí, le va a resultar una agradable sorpresa.
-Y todo, gracias a su generosidad.
-No hace falta que me dé las gracias de nuevo.
Ya le he dicho que estoy satisfecha por haberla podido ayudar.
-Quizá mi suerte haya cambiado
y puede que mi esposo también traiga buenas noticias
y haya cerrado algún negocio. -Ojalá sea sí.
-Perdón, pero ¿qué clase de anfitriona soy?
Con la conversación, ni siquiera la he invitado a tomar asiento.
He comprado unas pastitas y he preparado un té moruno.
Le escuché comentar que le gusta mucho el té,
espero que este sea de su agrado.
-Seguro que será así.
Dios quiera que lleguemos a ser buenas amigas, Margarita.
-Se equivoca. No lo llegaremos a ser,
porque ya lo somos, grandes amigas.
-Gracias.
Es asombroso lo que has prosperado en tan poco tiempo.
Has avanzado mucho en el terreno del óleo y de la figura humana.
-He aprendido más en estos días, que en toda mi vida.
Le estoy muy agradecida.
-No lo estés.
Para mí, darte clase, más que un trabajo
es un gusto.
Ya eres una gran dibujante,
pero cuando te familiarices con el lienzo,
los pinceles y los óleos,
se te abrirá un mundo nuevo. Ya lo verás.
No todo es blanco y negro.
-Sí, usted me ha enseñado que hay...
más colores en el mundo.
Aunque he de admitir que a escondidas suyas
y temporalmente, he vuelto al blanco y negro,
a mis carboncillos y a mi viejo cuaderno.
Estoy tan agradecida con usted, que quería hacerle un regalo.
Y bueno, le he hecho un retrato.
¿Y esa expresión tan seria?
¿No es de su agrado? -No, no, no.
-Es un boceto, seguiré trabajando más.
-No, es eso.
No es eso.
Es que, esta mujer que has dibujado... no soy yo.
Es bellísima y muy atractiva,...
ojalá yo fuera como ella.
-Ya lo es.
Al menos, así la veo yo.
-Es hora de que te vayas.
Se te va a hacer tarde.
-De acuerdo.
Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Te diré lo que me hace a mí pintar, es la belleza.
Y la verdad.
-Creo que a mí también. -Claro.
A todos nos inspira la belleza y la verdad.
Pero no todos consideramos bello
y verdadero las mismas cosas.
Cuando sepas lo que es para ti bello y verdadero,
te sentirás libre,
dejarás a un lado la técnica y pintarás lo que quieras.
Ese es el fin,
la libertad.
-¿Libre de pintar lo que quiera?
-De pintar lo que quieras y... de amar lo que quieras.
¿Qué estás haciendo, Maite?
¿Me ha mandado llamar, señora?
Ha hecho bien,
ya sabe que estaré encantada de ayudarla en lo que precise,
más ahora que se ha quedado sin servicio.
¿Ah, no?
¿Qué invitado de la señora puede conocerme?
Señora, me está alarmando.
¿La verdad sobre qué?
Sí me resulta familiar, pero no termino de caer.
Me estoy muriendo.
A veces,... marcharse con dignidad de este mundo
es nuestro único consuelo.
¿Usted?
¡¿Qué significa esto?!
¡¿Qué tiene que ver Úrsula con este demonio?!
Estamos todos más temblones, que el suflé de la tía Encarna.
Sobre todo yo, que soy el debutante.
Agustina, ¿qué le pasa?
-¿Dónde está Úrsula, ¡dónde está?!
-Cálmese, cálmese. -Es el demonio.
La verdad es que Maite está muy instalada,
integrada, haciendo amigos...
Me ha puesto al tanto de su pasado amoroso.
Pues tuvo un amor de juventud, alguien mayor.
Acabó en tragedia.
¡Se acabaron sus brujerías y sus maldades!
¡Tenemos que echar a ese endriago de aquí para siempre ya!
Acaba de recordarme usted a Gertrude Stein,
es una americana apasionada por todo lo francés.
Todos los sábados por la noche, reúne a pintores, escritores,
todo tipo de artistas bajo el mismo techo,
embriagados con los efluvios del diablo verde.
Llevo tiempo pensando en usted. Creo que es una mujer
muy agradable, y por eso quería invitarle a la verbena.
No me cuadra que Maite, tan segura de sí misma y tan moderna,
pues hubiera podido sufrir mal de amores.
-El desamor no entiende de modernidades
ni de clases sociales.
Voy a organizar tertulias en el salón
para intelectuales y artistas.
Las charlas en el salón serán más excéntricas, más originales.
Salón Rosin.
-He oído que sufrió un desengaño amoroso.
Tráigame la botella de agua ardiente,
pa enjuagarme la boca.
-Tanto ensayo pa hacer de borracho, qué bochorno.
Me cuesta entender que alguien pueda rechazarla,
con lo especial que es.
¡Y nosotros pensando que había cambiado, Úrsula, mentira!
-Hay que ser mala gente. -Mentirosa.
-¿Qué haces ahí? ¡Atrévete a pasar, a mirarnos a la cara!
¡Cobarde! -Venga, bicho.
-¡Se ha cebado con la pobre Agustina, ¿no tiene corazón?!
-¡Endriaga!
¡Demonia!
Genoveva sigue minando la confianza de Úrsula y la deja en ridículo delante de las vecinas.
Emilio intercede por su hermana, le pide a Felicia que no frustre sus clases de pintura. Camino entrega a Maite un retrato suyo, la pintora acepta el regalo pero lo guarda con temor.
Marcia ha ajustado la alianza de Santiago y se la entrega dispuesta a ser su mujer, para siempre. Santiago se alegra y le promete que serán felices juntos y lejos de Acacias.
Lolita descubre que sus celos por Maite eran infundados y retoma su amistad con la pintora. Y Ramón pone paz entre la dueña de la mantequería y la del quiosco. Fin de la guerra comercial.
Bellita acude a casa de Margarita, que le propone empezar una bonita amistad. Sin embargo, nos quedamos con la sensación de que algo oculta ¿qué será?
Genoveva continúa su batalla contra Úrsula y fuerza un encuentro entre Agustina y el doctor Maduro, el hombre que le mintió y desencadenó su intento de suicidio. Úrsula tampoco se ha quedado quieta, la conferencia con Bilbao fue para ponerse en contacto con Cristóbal, el asesino de Samuel Alday.
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Siempre hemos sabido que Ursula es la mala, malísima de Acacias; por esa razón ha sido "odiada" por much@s incluso han pedido que desaparezca de la serie pero, para mí, ahora es el momento en el que tiene mayor importancia si cabe porque, ya que Felipe ha "caído" en las redes de la "pseudoCayetana" con una ingenuidad de principiante, es el momento en el que Ursula debe ir a por ella, desenmascararla y hacerla "morder el polvo". Soy fan de Montse y, aunque no me gusta la maldad de su personaje, creo que en estos momentos es absolutamente necesaria.
Buenas Noches. Los vídeos en esta última semana se cargan, demasiado lentos, a que se deberá tanta tardanza, tarda tanto que provoca no seguir viendo el capítulo...