Celebramos otro año cervantino recordando a Villanueva de los Infantes como presunto "lugar de cuyo nombre no quiero acordarme", con Jordi Savall. Después, un resumen de cómo hemos percibido a Don Quijote durante las épocas: como un personaje cómico en Henry Purcell, en la primera mascarada de 1614 en el Louvre, en la Burlesca de Telemann (con los suspiros, los molinos, el burrito y esas niñerías encantadoras), como cosa didáctica para los franceses del XVIII (Morin), como símbolo de lo fantástico frente a la sórdida realidad para los románticos (música de Rubinstein, Guridi), como vejestorio enamorado (Massenet), y por fin, la visión más seria de todas: Don Quijote de Richard Strauss (1898), en que hay música para sus sueños de batalla, para sus derivas mentales casi atonales, para su elegancia oculta, para el rústico Sancho Panza, para los rebaños, para la pareja de monjes (dos fagotes en contrapunto estricto), para los vientos huracanados que soplan en torno a Clavileño, para la musa Dulcinea... y también música para la verdadera batalla contra Sansón Carrasco: la aceptación de la realidad, el desengaño, la cordura, y para admirar la realidad, que no es tan sórdida si la vivimos bien.
