El bosque habitado   Castaños, entre la tierra y el cielo 03/01/2016 58:56

Bienvenidos a un bosque habitado por castaños, esos guardianes de la humanidad, entre la tierra y el cielo. Y es que el sobrenombre de las castañas, como “pan de los pobres”, está más que justificado. Hasta los vecinos más menesterosos, tenían acceso a este recurso. Costumbres como la pía o la gueta, permitían rebuscar el fruto en castañares ajenos, una vez que los amos habían vareado y cosechado. O el derecho de poznera, por el cual cualquier vecino podía plantar en terreno comunal y disfrutar del fruto y madera de los árboles. E incluso dejarlos en herencia a sus sucesores, aunque el terreno continuara siendo del común.

El abandono de ese mundo rural y de la estricta gestión y manejo que ejercían los paisanos sobre los castañares (plantación, rozo o desbroce de matos, estercolado, protección contra los incendios, poda…), ha propiciado la decadencia de todo ese legado de árboles y bosques milenarios… Una decadencia que coincide, de manera muy exacta en el tiempo, con la entrada de las dos terribles enfermedades que han diezmado a los castaños.

Toca custodiar a los castaños, recoger sus cosechas, volver a hermanarnos en un ciclo de mutualismo y aprender de nuestros abuelos y abuelas, los únicos custodios de los castaños que quedan. Y lo haremos gracias a la inspiración e ilustración de la Mesa del Castaño, la Custodia del Territorio, el Derecho Común o los Bienes Comunales. Y lo haremos con la Comunidad del Bosque: Ignacio Abella, Fernando Fueyo, Bernabé y José Moya, Mar Verdejo Coto, Óscar Prada, Rosa Villalba, Raúl de Tapia y la Asociación A Morteira, todo ello envuelto en la energía jardinera musical de George Harrison.

Dedicamos este programa a nuestros padres y madres… A nuestros abuelos y abuelas, que generosa y sabiamente, plantaron y cuidaron los castaños, nuestra cultura y nuestro futuro…

A ellos y ellas está dedicado el trabajo con los castaños milenarios y centenarios de A Morteira de León. Podríamos haber hablado más de la pérdida y declive de este patrimonio vivo, pero la mejor defensa es con la propia cultura, con los sentimientos de identificación, el afecto y la identidad que albergaron nuestros abuelos hacia el árbol generoso, que marcaba el ritmo de sus vidas y la tonalidad de sus paisajes.

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