Ayer   El Cadillac de Carrillo ( y II) 09/03/2014 51:51

Seguimos con la Transición, con Francisco Dueñas, que continúa recordando el viaje entre Bucarest y Madrid conduciendo el Cadillac blindado de 1946 regalo del presidente jefe del estado de Rumanía socialista, Nicolae Ceaucescu, a Santiago Carrillo. Quizá para despistar a la policía aceptó Carrillo ponerse la peluca que le había preparado Arias, el peluquero de Picasso, que le daba aspecto de sarasa tronado, más de secretario general de un partido comunista, y quizá porque no había entonces la facilidad que existe hoy para consultar imágenes remotas al instante, aceptó Carrillo el regalo del Cadillac blindado, sin imaginar que un vehículo de unas seis toneladas de peso y casi seis metros de eslora lo iba a señalar por donde quiera que fuere. El caso es que, Cadillac y peluca, dieron al regreso de Carrillo a España dos notas de extravagancia. Aunque quizá no para él, porque en el inconsciente profundo de los comunistas de su generación estaba la épica del vagón blindado de Lenin y de la peluca con la que, disfrazado de obrero, escapa del acoso de la policía zarista en el verano de 1917, escondiéndose en Finlandia, antes del regreso definitivo a Petrogrado para encabezar la Revolución de Octubre.

Los dos militantes comunistas encargados de recoger el Cadillac había salido de Madrid a París el 17 de febrero de 1977 en un talgo Puerta del Sol y desde la capital de Francia habían volado a Bucarest. El día 22 de febrero saldrán de Bucarest para, tras recorrer Yugoslavia e Italia, llegar a la cita de Niza, al chalet de Teodulfo Lagunero, el importador del vehículo, donde les espera un tercer conductor, Jorge, el hijo menor de Santiago Carrillo. Será Jorge quien conduce el Cadillac blindado cuando, tras dar un lavado a fondo al coche en Tarancón, entran en Madrid por la carretera de Valencia, acercándose después al barrio de Vallecas para recoger a Santiago Carrillo y dirigirse al aeropuerto donde van a aterrizar esperados por más de 100 periodistas, los invitados Georges Machais y Enrico Berlinguer, a la cumbre eurocomunista que sentenciará la legalización del PCE unos días después.

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